Capitulo 12

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 “¡Maldición!”, pensó Camila.

¿Había perdido todo ese tiempo solo por ser precavida? Claro que no podía hacer otra cosa. Poppie le había advertido que no le dijera a nadie el motivo por el que  quería ver al rey, salvo a algún funcionario importante. Ojalá la capitana hubiera aparecido antes para señalarle que podría haber acelerado el asunto si hubiera comentado su condición de aristócrata.

--Solo le dije al guardia que deseaba hablar con el rey. Admitió, avergonzada—No pienso discutir mis asuntos privados con cualquiera.

--Ah, muy bien, misterio resuelto.

--¿Qué misterio? ¿Hay algún motivo más que explique por qué me han hecho esperar tanto?

--Si no explica usted el motivo de su visita, no llega muy lejos. Contestó ella sin más.

--Pero me han dicho que el rey Alejandro mantiene la costumbre de recibir sin problemas a sus súbditos.

--Pero usted no es su súbdita.

--Soy mucho más que eso.

--¿Ah, sí?

Puesto que era la encargada de la seguridad del palacio y una aristócrata, a Camila le pareció la persona ideal para pedirle ayuda. Quería confiar en ella. Ojalá ese deseo no estuviera motivado por la atracción que despertaba en ella. Sin embargo, su condición de funcionaria fue decisiva.

Se inclinó un poco hacia ella para suplicarle al oído:

--¿Hay algún lugar donde podamos hablar en privado?

La actitud de la capitana sufrió otro cambio abrupto. Enarcó sus cejas castañas como si la hubiera sorprendido, y sus ojos verdes la miraron con calidez. Al ver que el rictus severo de sus labios se transformaba en una sonrisa, Camila volvió a sentir mariposas en el estómago, pero en esa ocasión más fuertes. ¡Por el amor de Dios, qué guapa era! ¿Sería mutua la atracción que sentía? Ojalá no hubiera estado tan protegida en Londres y estuviera más enterada de esos asuntos.

--Acompáñeme. Le dijo ella, agarrándola de la mano, gesto que la sorprendió.

Porque no le gustó en absoluto. Así no se comportaba ningún inglés o inglesa con una dama a quien acababa de conocer. Claro que no estaba en Inglaterra, se recordó. Los lubinios tal vez no encontraran extraño que una soldado tratara a una mujer de esa manera. Tal vez incluso fuera la costumbre en ese país que los soldados actuaran como brutos, en este caso bruta y llevaran a rastras a las mujeres. La idea le arrancó un gemido. Sin embargo, la impresión de sentirse arrastrada era real, si bien podría ser tan solo por el hecho de que al tener las piernas más largas, la capitana la obligaba a caminar más rápido para no quedarse atrás.

La condujo al exterior de la antesala y se internó en las dependencias del palacio hasta llegar a una puerta lateral que conducía a un amplio patio. No era un lugar privado donde mantener una conversación, sino el espacio que separaba el palacio de las murallas de la antigua fortaleza que lo rodeaba. Un lugar de paso de soldados y algunos cortesanos ricamente ataviados. Un mercader que conducía una pequeña carreta estaba vendiendo empanadas de carne a los soldados.

Aún era de día, aunque el sol ya comenzaba a ocultarse tras las montañas. Camila intentó aminorar el paso en vano. ¿Adónde la estaba llevando exactamente la capitana?

Cuando se detuvo delante de la puerta de un edificio muy parecido a cualquier mansión londinense, salvo que estaba unido a las antiguas murallas, Camila aprovechó para zafarse de la mano de la capitana, si bien para lograrlo tuvo que dar un tirón. Ella la miró de reojo y estaba a punto de soltar una carcajada cuando la interrumpió una mujer furiosa que apareció de repente por la puerta y se abalanzó sobre ella para golpearla en el pecho con los puños.

Camila se apartó de inmediato. La capitana ni siquiera lo intentó. La mujer, que era joven y rubia, y que iba muy bien vestida, la golpeo con fuerza, pero la capitana no parecía sentir sus puñetazos siquiera.

--¿¡Cómo te has atrevido a echarme!?. Gritó.

La capitana la aferró por las muñecas y la apartó de ella empujándola hacia el patio. De una forma muy poco delicada, pensó Camila, pero la mujer la había atacado y era evidente que la capitana estaba molesta.

No obstante, su voz era serena cuando le preguntó a la mujer:

--Alexa, ¿cómo es que sigues aquí?

--Me escondí de tus hombres. Contestó ella con un deje triunfal.

--Que ahora tendrán que sufrir un castigo por ello. Le hizo un gesto a dos guardias que pasaban cerca.

Alexa miró hacia atrás y vio que los hombres se acercaban con rapidez. De repente y presa del pánico, le grito a la condesa Jauregui:

--¡La discusión no se ha acabado!

--Hay que ser imbécil para no saber cuando parar. Así que dime, ¿en qué lugar te deja eso?

La pregunta le arrancó un jadeo a la rubia, pero la condesa añadió:

--¿Vas a asimilar por fin que el pasado ya no va a librarte de mi desdén?. Y a los hombres que ya estaban al lado les dijo--: Acompañad a la señorita Ferrer a las puertas del palacio. De ahora en adelante, le estará prohibido el paso.

--¡No puedes hacer eso, Lauren!

--Acabo de hacerlo.

Camila, que a esas alturas se sentía muy incómoda ya que la capitana acababa de despachar con gran rudeza a una mujer guapísima, comento:

--¿Es una antigua amiga suya?

La capitana se tomó un momento para librarse de la irritación antes de mirarla. Su mirada volvió a abarcar mucho más que su cara. Sin embargo, lo hizo con una sonrisa, de modo que Camila se quedó sin aliento y extasiada.

--No como usted cree. Contestó.

Y después la agarró del brazo y la hizo pasar al interior del edificio, tras lo cual cerró la puerta. Con ella se comportaba de forma exquisita, no con la rudeza que le había demostrado a esa verdulera, ni tampoco con la brusquedad de la que había hecho gala mientras la llevaba a ese lugar.

Camila se demoró un instante para observar el lugar y orientarse. Era una estancia amplia, con dos mullidos sofás de color oscuro y una mesa de comedor para cuatro comensales. Daba la sensación de que era una estancia de múltiples usos, pero no parecía ocupar toda la planta baja del edificio. Sin embargo, algo le impidió seguir reflexionando.

No se percató de que la capitana seguía aferrándola del brazo hasta que la obligó a mirarla a la cara. Le colocó la otra mano en la nuca y la acercó a ella, tanto que acabaron pegadas. Acto seguido, inclino la cabeza y la besó en los labios.

Y Camila no estaba preparada para un beso tan abrumador, pese a todo su entrenamiento.    

Las reglas de la pasión - CamrenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora