𝐂apítulo Ⅱ: vikinga eficiente

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Otra pelea. Era la cuarta vez en la semana que el jefe de Berk y su esposa tenían una discusión. Valka los veía a lo lejos y solo reía, pues le parecía muy tierno lo sobreprotector que estaba siendo su hijo con la futura mamá.

—Astrid, por favor. Sabes que nunca te pido nada como esto, pero me daría más tranquilidad si te quedas a salvo en casa —cansada de discutir, accedería a quedarse. Pero de pronto, llegó su dragona, aleteando, avisándoles que había algo extraño.

—Olvídalo, mírala —la señaló —. No puedo dejar que vayan solo ustedes y menos con ese torpe equipo.

—Oye, escuché que nos llamaste torpes —mencionó Brutacio, entrando por la puerta.

—Déjala, Brutacio. Ahorita está así con todo eso de las hormonas del embarazo. Cuando salga ese bebé, tendremos a la...—se quedó pensando unos momentos —. Espera, Astrid siempre ha sido igual de amargada.

—Digan lo que quieran, bobos. Pero todos en esta habitación sabemos que aun embarazada soy mucho más eficiente que ustedes.

—Astrid, ¡maldita sea! Si quieres ponerte en riesgo, hazlo —mencionó Hiccup —, pero mi bebé se queda donde esté a salvo.

La rubia lo miró furiosa y caminó hasta él: —Sabía que te pondrías como una niña, ¡lo sabía! Te advertí desde un principio que no ibas a decidir por mí.

—Decido por mi hijo y creo que tengo todo el derecho —contestó, frío.

— ¡Basta! —terminó Valka, acercándose a ambos —. ¿Se dan cuenta cuánto llevan discutiendo y no han arreglado nada? —los dos se voltearon. Valka se acercó a su hijo y le susurró —. Llévala.

—Pero, madre...

—Sabes que no vas a ganar esta discusión, cielo. Llévala —el castaño, en negación, aceptó. Pero antes de salir, su madre lo tomó de la mano —, pero tú pones las reglas.

Hiccup sonrió. Sabía el problema que tendría con Astrid por tratar de comportarse como un macho ante ella, pero era la única forma de mantenerla a salvo.

Valka miró a Astrid y asintió con la cabeza, indicándole a la chica que había convencido a Hiccup de ir con ellos. Astrid sonrió, victoriosa y corrió afuera para trepar en su dragona.

Pero de pronto, una mano en su cintura la detuvo.

— ¿Qué creías, preciosa? ¿Qué se va a hacer todo lo que tu digas? —la sostuvo con fuerza de la cintura para que ésta no escapara.

—Suéltame —respondió, brava. Pero esto solo hizo que Hiccup la sostuviera con más fuerza.

—No —fue lo último que respondió, para después obligarla a subir a Chimuelo y colocar el arnés por su cintura.

—Si no me bajas ya mismo, gritaré —amenazó. Acto seguido, ya tenía un pañuelo en su boca.

—Lo siento, mi cielo. Pero no había otra forma de que guardaras silencio. Volviendo a casa, eres libre —le depositó un beso en su cabeza, mientras ella intentaba salir de ahí. Pero una vez que Chimuelo alzó el vuelo, se rindió.

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Desde hace unas horas, llegaron a la isla que parecía sospechosa. Tormenta los había llevado ahí, pero ya llevaban horas de patrullaje y no encontraban nada.

Astrid había caído rendida en el torso de Hiccup. La noche estaba helando con intensidad. Siempre llevaba una delgada cobija y con eso pudo cubrir a la rubia, que temblaba y temblaba.

Mujeres en tiempos vikingosWhere stories live. Discover now