𝐂apítulo ⅩⅬ: el epílogo del caos

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Heather estaba sentada al lado del Hofferson, colocando paños mojados sobre el torso desnudo de éste. Intentaban mantenerlo aseado y se había ofrecido porque su amiga se mortificó, ya que, tendría que descuidar a sus pequeños por Oliver. Pero no podía hacerlo. Su niña seguía asustada por lo ocurrido y la necesitaba más que nunca.

Ambas estaban sentadas alrededor de la cama que lo guardaba. Heather no le quitaba la vista de encima y Astrid, con su bebé en brazos, tampoco dejaba de observar a la berserker.

La verdad que no podía quedarse mucho ahí, pues todavía tenía que atender a su niña. Pero cada hueco libre, venía enseguida a saber cómo está su hermano.

—No se ve que quiera despertar... —pronunció Heather, con la voz entrecortada.

—Él no se irá. Estoy segura —intentó sonreír —. Le quedaron cosas pendientes acá. No dejará a la mujer que ama.

Y Heather la divisó ipso facto. Desconocía que Oliver amara a otra mujer. Aunque ya no le importaba. Solo quería verlo despertar.

La rubia rodó los ojos y sonrió. Su amiga era muy incrédula y no entendió el mensaje que trató de darle la Hofferson. Pero más tarde se daría cuenta.

Astrid acomodó los brazos de Oliver, haciéndole un espacio para poner a su bebé ahí.

—No ha conocido a su sobrino. —confesó Astrid, con tristeza.

Quería que su hermano sintiera el calor de su familia. El calor de la inocencia y de lo maravillosa que es la vida. Y el bebé aceptó gustosamente reposar con su tío. Agarró el sueño que se le dificultó tomar.

—Pronto este calorcito, hermano... podría ser algo tuyo. —le susurró al oído. Esperaba que estas palabras lo animaran a luchar. Por él. Por su vida. Por la mujer que está a su lado y que Astrid sabe que ama. Y por la posible descendencia que podrían formar juntos.

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Regresó a donde su esposo. Daba vueltas de un lado a otro. La ansiedad lo estaba persiguiendo.

—Hiccup... —exteriorizó, buscando su atención.

—Aún no ha acabado esto, Astrid. ¡Falta encontrar al maldito de Daven! —expresó, con coraje.

La rubia abrió más los ojos, con sorpresa.

—Está muerto, Hiccup...

— ¡¿Qué?!

—Grimmel lo... —sintió escalofrío al decir ese nombre —. Grimmel lo traicionó. Y lo mató... él me dijo dónde encontrarte antes que... muriera.

Ahora su rencor lo abandonó y lo dejó pensar con claridad. Astrid se sentía triste, pues, aunque le haya hecho mucho daño, de una forma u otra, la ayudó a recuperar su hogar. Y si estaba en Berk, era por él. Y si abandonó años de violencia, fue por él. Y si no fue trasladada con otro hombre por comprarla, fue por él.

Hiccup la enredó en sus brazos y besó su frente.

—Para lo que necesites, yo estoy contigo...

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Sola, rindiéndose cuentas a sí misma. Afortunadamente, su hijo confió en ella y no pensó lo peor de su madre. Pudo explicar las cosas con detalle, pero hasta ahora percibió que nunca se había dado el tiempo de rendirse las cuentas a ella. De perdonarse...

Cuando era una jovencita, su amor por un joven herrero muy apuesto inició. Grimmel lo fue todo para ella. Pero al ser una mujer tan hermosa, el próximo jefe a Berk había fijado sus ojos en ella.

Mujeres en tiempos vikingosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora