𝐂apítulo ⅩⅩⅠⅩ: el mayor de los idiotas

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Lo último que dijo parecía algo fuerte. En cierta parte, escuchar que ella ya no era suya fue una baja a su autoestima. Pero en sus ojos veía arrepentimiento.

Tomó una bocanada de aire; quería estar lo más sereno posible. Escucharla. Parecía que Astrid tenía una buena razón para actuar.

—Una vez más te lo digo. Y para que estemos bien, necesito que digas la verdad, aunque duela. —La tomó por los hombros.

—Yo no quería, Hiccup. ¡Te lo juro! —Ahora, ella lo tomó por los hombros, alterada.

Tomó sus manos y las encerró. No dejaba de moverlas. No dejaba de temblar.

—Astrid, necesito que me lo digas ya.

Y ella, tratando de decirle lo que pasó, comenzó a llorar. No le gustaba recordar absolutamente nada de esa noche. Le invadía el miedo, el asco, la impotencia de no poder hacer nada.

Hiccup sentía que el corazón se le aceleraba a la intensidad de las lágrimas de Astrid.

La chica ya no podía más. Su corazón necesitaba de unos cálidos brazos y se aferró a él. Apretó ese abrazo con fuerza, queriendo ser protegida.

—Astrid, por Thor, qué te hicieron... —preguntó, intranquilo. Este estado le preocupaba muchísimo.

—Me entregué a otro hombre —emitió, ocultando su rostro en el torso del castaño.

— ¿Estás segura que te entregaste? ¿Te entregaste por voluntad? Alguien que se entrega con amor no está así, Astrid —aclaró —. Dime, Astrid, ¿hiciste el amor con tu aprobación? —ella separó su cara y con sus ojos llenos de lágrimas, negó —. Por todos los dioses... —musitó, mientras que ahora él la tomó con fuerzas y la acercó a su cuerpo. Ella lloraba con mucho vigor. Estaba afectada.

Desde ese momento, el fuego había encendido en él. Quería hacer pagar al causante de este dolor. Lo haría cotizar todo con sangre.

.

.

Permaneció ahí, hasta que la Hofferson le había ganado el sueño. Él estaba recostado junto a ella, en su cama. La abrazaba y había reposado su mejilla en la cabeza.

Desde que se había recostado con la muchacha, ella dejó de temblar. Pero, aun así, no paró de llorar hasta que quedó profundamente dormida.

Valka había entrado a donde protegían la salud de Astrid. Miraba con tristeza la situación, pues ella estaba fuera de la habitación y había escuchado la terrible confesión de su nuera.

—Está confundida. Será mejor que vayas a dormir con ella. —le comentó la mayor.

Se refería a Zephyr.

Hiccup con cuidado, inclinó a Astrid rumbo a su cama. Con suerte no despertó. Se le miraba cansada.

Valka se quedaría a su lado, en lo que él cuidaba de Zephyr. La pequeña también estaba preocupada, pero nadie podía decirle lo que pasaba.

Llegó a la casa de su madre y la encontró sentada en la cama. Era muy noche.

—Deberías estar dormida —le dijo, pasivamente.

—No puedo dormir —abrazó con fuerza un peluche. Al parecer, un Toothless...

Su corazón se estrujó ante tal escena. Astrid hacía toda su ropa, sus juguetes. Seguramente el peluche había sido elaborado con mucho amor para ella.

—Es mejor que duermas, cielo.

Acomodó las almohadas de la niña, de modo que pudiera recostarse.

Mujeres en tiempos vikingosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora