𝐂apítulo ⅩⅩⅩⅠⅠ: una gota de esperanza

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¿Qué es lo que acababa de decir? ¿Se daba cuenta de lo grave que era aquello?

El castaño dejó de ser él en esos momentos. Sus lágrimas escurrieron del coraje. Comenzó a respirar aceleradamente y frunció los labios. Lo iba a matar. No importaba nada. Lo mataría.

— ¡No! —clamó Astrid, tomándolo del brazo y tumbándose al suelo con él.

La mujer se puso sobre él, impidiendo que dañara a Daven. Estaba tan alteraba como Hiccup, soltando lágrimas en cada momento.

— ¡Quítate! ¡Por favor! —Le suplicó. Pero ella negó y lo tomó de las muñecas, poniéndolas contra el piso.

— ¡No, Hiccup! ¡No voy a dejar que te conviertas en un asesino! —vociferó —. ¡No por mí! ¡Basta por favor!

Iba a quitársela de encima a como dé lugar. Pero una mueca se presentó en Astrid y un quejido de dolor se escuchó. Ella se alejó de Hiccup y llevó su mano a su vientre.

Maldición. Su piel empezó a empalidecer y se debilitó, recostada en el pavimento.

Miró en dirección a la izquierda, lugar de donde había salido el pelinegro. Pero luego, devolvió su vista a la derecha, donde Astrid prevalecía convaleciente.

Y sin pensarlo. Jamás se lo cuestionaría más. Si alguna vez ignoró el bienestar de su esposa, ahora mismo no volvería a cometer ese error.

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Nuevamente, se encontraban en el sanatorio de Fishlegs. Lo que más quería es que Astrid abandonara este lugar por un largo tiempo hasta el próximo monitoreo del bebé. Pero las circunstancias siempre la traían hasta acá.

Y se sentía mal consigo mismo. Sabía que lo que Daven escondía no era algo bueno. Que él seguramente sabía muchas cosas. Pero también estaba su palabra de hombre; su palabra de padre, de amigo, de esposo, de amante... y por poco la iba a romper.

Y no rompería su palabra. Buscaría hasta por debajo de las piedras a Daven para que diga la verdad. Pero lo hará cuando ella lo disponga.

Y este sentimiento de injusticia era tan grande. ¿Por qué tenían que atacarla a ella? ¿Por qué por su existencia tenían agredirla a ella? ¡Lo que le hicieron no tiene perdón!

Cuanto daño le hacía estar al lado de él... quizás fue muy egoísta. Solo pensó en él. Pero ella estaba más segura cuando no estaba a su lado.

Estaba a punto de desquitarse con la pared.

—Hey, si lo rompes, lo pagas —comentó Fishlegs, riendo. Hiccup enrojeció —. Bueno, a pesar de ser un Hipo, eso demuestra que eres un vikingo —señaló su puño.

Los vikingos eran feroces y explosivos. Cuando no lograban vengar su rabia, era común verlos postrar sus puños en las paredes de madera.

—Hablas de... ¿esto? —enseñó su puño y Fishlegs asintió —. Ah, no... es que... Mi puño quería conversar con la... ¿pared?

El chico regordete carcajeó y sacó sus notas.

—Hiccup, afortunadamente solo fue una emoción fuerte. Ella y el peque están excelentemente bien. ¡Acaba de entrar en el quinto mes al parecer! —informó, emocionado. Hiccup suspiró aliviado —. Siento el movimiento del bebé sin usar ningún artefacto. ¡Deberías entrar! Se mueve mucho...

La ilusión de Fishlegs le brindó un poco de alegría. Si su amigo estaba así de contento, ¿qué podría esperarse de él?

Al entrar, encontró una imagen muy tierna. Astrid estaba concentrada en los ligeros movimientos que el bebé proporcionaba. Sus manos sobre su estómago y una divina sonrisa dibujada.

Mujeres en tiempos vikingosWhere stories live. Discover now