𝐂apítulo ⅩⅩⅤⅠ: deshazte de él

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Muchas semanas habían pasado desde que Astrid logró reencontrar una paz con su hermano. Y gracias a eso, ahora ella podía gozar de un hogar propio, donde pudiese proteger del frío o calor a su pequeña hija.

Su hermano Oliver había podido hacerse dueño de esa propiedad antes de que se quedara sin un centavo, pero por cuestiones de sí mismo, la abandonó, junto a Berk, para llevar la solitaria vida que conocemos de él.

— ¡Te toca contar a ti, tío! —comentó Zephyr, con entusiasmo.

— ¡No es justo! ¡He contado cinco veces y ustedes solo tres! —contestó Oliver, siendo niño otra vez. Astrid rio ante la actitud de su hermano.

—Entonces, nos tienes miedo, ¿ah? —le retó la pelinegra, con una ceja alzada.

Oliver aceptó su destino y Zephyr tomó de la mano a Heather para correr y que ambas encontraran un escondite.

Astrid hacía un poco de limpieza, mientras que Oliver, Heather y Zephyr jugaban y, por supuesto, hacían más desastre que pronto tendría que limpiar. Pero todo esto valía la pena.

Ver esa sonrisa tan radiante en el rostro de su hija era mucho más valioso que no importaba cuanto debía esforzarse, siempre haría lo imposible por mantenerla así.

— ¿Lista? —Llegó Daven, recargándose en el marco de la puerta.

—Claro. —sonrió la rubia y tomó un bolso grande, colgándolo en su hombro. Saldría, pero sabía que Zephyr estaba en las mejores manos.

Daven la acompañaría por las islas para recolectar alimentos y plantas medicinales. El invierno se acercaba y era necesario proveer la reserva. Hiccup era el encargado de acumular junto al pueblo todo este alimento, pero ella quería trabajar por su cuenta y no depender de Hiccup.

Daven ya sostenía el bolso, abierto. La rubia revisaba los frutos y dependiendo de su estado, los echaba a dicha bolsa o no.

—Mira, esto se ve bueno. —Le mostró una fruta. Esta irradiaba un aroma muy agradable y dulce para Daven, pero para la rubia, fue todo lo contrario.

— ¡Ahj! —emitió, con asco —. Aleja eso de mi olfato —y cubrió su nariz, asqueada. Y se alejó lo más que pudo, prestando atención a frutas más ácidas.

Sabía que el paladar de las mujeres disfrutaba mucho de los sabores más ácidos que dulces, pero Astrid siempre había disfrutado de aquella frutilla. Incluso, la volvió a oler para saber si realmente olía mal como ella lo percibía, pero no encontró nada anormal.

Arrojó la fruta. Algo extraño presentía en ella. Y no solo en ella. La Furia Luminosa estaba hecha una fiera con él cada que se le acercaba, como si buscara escudar a la mujer de todo mal.

Llegó rápidamente con ella. Y sus reflejos fueron precisos para sostenerla de la cintura en cuanto ella ligeramente mareó. No se había desmayado, pero su vista se nubló completamente.

Encontró una piedra lisa, en donde la ayudó a sentarse. Sus sospechas parecían muy evidentes, ¿pero ella le tendría la confianza de confirmar su incertidumbre?

— ¿Cuánto tiempo tienes? —soltó. Astrid apretó los labios, ya que, por más que quiso ocultarlo, sabía que Daven era muy astuto y la descubriría por completo.

Lo consideraba su único amigo en estos momentos, además de Heather. Y no quería que Daven la juzgara por haberse acostado con Hiccup y, peor aún, que él ni siquiera recordara aquella noche. La mataba de pena. No podía verlo a los ojos y decirlo como si nada, porque ella también sentía asco a sí misma por caer tan fácil.

—Doce semanas —respondió, con la espalda erguida, pero los ojos en él. Sin embargo, la expresión de él no fue lo que esperaba.

—No te preocupes —la tomó de la mano y la jaló un poco para ayudarla a levantarse —. Conozco a alguien que puede ayudarte.

Daven caminó con rapidez, pero Astrid se quitó de su agarre ipso facto, muy confundida.

— ¿Ayudarme a qué? —preguntó con curiosidad. Ella nunca hubiera esperado la respuesta que estaba por venir.

—A deshacerte de, ehm —no sabía cómo decirlo.

Daven se había confundido completamente. Astrid cambió su cara serena a una de molestia, apretando la boca.

— ¡¿Estás loco?! —gritó, sin poder creerlo —. ¡¿Cómo crees que yo podría hacer algo así?!

—Astrid, no te ofendas... pero tú me dijiste que un segundo hijo NO estaba en tus planes ni cuando estabas con Hiccup.

—No, no lo era. Pero Thor, no puedo rechazar mi sangre. ¡Lo quise hacer, pero simplemente no pude! —recordó, frustrada —. No pude... mi vientre está creciendo poco a poco. Es muy pequeño, pero lo siento aquí —posó sus manos en su estómago.

—Astrid, ¡piénsalo! Deja la moral a un lado. ¡No estás en condiciones de traer un hijo! ¡Es producto de una noche estúpida de calentura! —y eso, no lo soportó. Lo cacheteó.

—Cállate. No vuelvas a decir algo así —Lo señaló, enfurecida —. No sabes cómo fue esa noche.

—Oh, sí que lo sé... deberías tener un poco de pudor, ¡porque todo el mundo vio lo fácil que eres!

Astrid golpeó una vez más su rostro, dejando marcada en su mejilla la silueta de su mano. El asunto se había calentado. Daven, en cierta forma, estaba reclamando lo que antes no podía o más bien, de lo que antes no tenía tanta valentía para aceptar.

— ¡Tú me trajiste aquí! ¡Me imploraste! ¡Querías que volviera con mi esposo y aquí estoy! ¡No me vuelvas a buscar en tu maldita y nefasta vida! —corrió rápidamente, perdiéndose de la vista de Daven.

Y él, enojado, dolido y con un sentimiento de traición, no la siguió. Esta vez, dejó que se fuera.

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— ¡Está embarazada! ¡Ella está embarazada, maldita sea! —pateó la pared, mientras el señor A lo escuchaba.

— ¿Embarazada? ¿De su marido? ¡Por Loki! ¡Que crimen más imperdonable! —carcajeó ante la frustración de su mano derecha —. ¿Y qué esperabas, estúpido? ¿Qué guardara su flor para ti? —volvió a reír, con fuerza —. ¡Es lo más ridículo que he pensado!

— ¡Usted no entiende! —alzó la voz, como nunca —. Nunca ha estado ni cerca de querer a alguien, ¡usted que va a saber!

Fue un trago amargo tras las memorias que conllevaban las palabras amor y pasión. Eran los peores recuerdos que yacían incrustados en su mente. Jamás podría borrar esa historia y es lo que más lo hacía rabiar.

—Bueno, tengo un plan ideal para esta situación, pero solo continuaré si me lo permites... —estaba por contarle su malicioso plan.

— ¡Haga lo que quiera! ¡En mi vida la volveré a ayudar!

—Perfecto —respondió, con una sonrisa satisfactoria.

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Prepárense mentalmente...



Mujeres en tiempos vikingosWhere stories live. Discover now