𝐂apítulo ⅫⅠ: terco

761 78 49
                                    

Un año se había ausentado de Berk, pues su hermano y Mala eran una tremenda fábrica de bebés y decidió ayudar con esto.

Golpeó la puerta, con brusquedad, mientras el castaño extrañado abrió.

— ¡Un año, Hiccup! ¡Me voy un año y haces una tontería! —le reclamó Heather, furiosa —. ¿Por qué detuviste la búsqueda de Astrid?

—Heather —bufó, cansado y dolido del tema —, ya no puedo más. Todo el tiempo busqué hasta el cansancio, pero ella se escondió muy bien. Perdí la esperanza.

—No, no, no —repetía, mientras caminaba de un lado a otro —. Yo fui la primera en decirte que buscarla era una locura y tú mismo hiciste que yo creyera en una posibilidad —se tranquilizó, tratando de tomar aire —. ¿Qué hay de tu hija, Haddock? ¿Qué hay de esa pobre criatura desprotegida y sin apellidos?

—Probablemente, creció —contestó, frío —. Es una decisión que no planeo cambiar, Heather. Así que te suplico que no hables más del tema.

— ¿Es por otra mujer? ¿Es por esa famosa Liv?

— ¡Dioses! No, por supuesto que no —aclaró, abochornado.

Nadie lograba entender que sacar un amor que, básicamente, toda tu vida lo trabajaste, no era un proceso rápido.

Por qué todo el mundo se empeñaba a emparejarlo con una mujer, sobre todo con Liv, que simplemente es una buena amiga.

No. No quería estar ni por un segundo en los planes maritales de la vida de la vikinga más hermosa de la aldea. A menudo recibía miradas de odio de ciertos varones, puesto que estaban interesados en Liv, pero ella para él no era nada de lo que alguna vez Astrid fue.

Él seguía amando a Astrid. Aunque Liv fuera la mujer más hermosa de Berk, Astrid fácilmente aplastaría toda la demanda que tiene Liv. La diferencia, es que Hiccup sí quería a Astrid y luchó por ella.

Y no solo es el físico de la rubia lo que no olvidaba, sino su increíble y auténtico carácter. Astrid era autónoma, sin miedo a tomar sus decisiones. Y su valentía por ser cero sumisa y decir que no a muchas cosas.

Liv era todo lo contrario y algo por lo que él no podía sentir más que amistad, y es que la castaña no tenía voluntad propia. Todo lo que Hiccup proponía, absolutamente todo, tenía su aprobación.

Cada quien forja su carácter y esto no quiere decir que Liv sea una mala mujer, pero no era la mujer para él.

.

.

—No tengo tu tiempo —le apuró, completamente incómoda y anhelando huir.

—Señorita Astrid, no sabe la desesperación de su pueblo. ¡La han buscado tanto! —no exageraba. Hiccup invirtió tantos años en esa búsqueda, tanto tiempo merodeando por lugares extraños y peligrosos. Pero nunca logró encontrarla —. No puede ser tan egoísta, el amor de su vida está allá, ¿qué la detiene?

—Y, bueno, ¿a ti en qué te beneficiaría mi regreso a Berk? —preguntó, con ironía.

Nada. Solo completar los primeros planes.

—Mire, yo soy un caballero y con ética. Su destierro fue injusto, de hecho, ni siquiera se concretó una decisión para que usted se fuera de esa forma.

—Basta de las formalidades, Daven. Y te recuerdo que fueron los vikingos quienes hicieron lo imposible porque me fuera. No puedo volver y arriesgarme a que ellos atenten contra mí o mi hija —se había dado la vuelta, dispuesta a irse.

—Ellos ya no viven en Berk. Hiccup los corrió en cuanto se marchó —le informó, cosa que dejó pensando a Astrid.

Los vikingos empoderados eran la principal razón de haber huido. Pero, ¿cuál era el motivo esta vez?

— ¿Ahora entiendes por qué debes volver? —le tuteó, mientras que ella no sabía qué contestar —. Sería sano para tu hija conocer a su padre.

— ¿Mi papá? —y una vocecita llena de esperanza salió de los árboles, dejándoles ver a los mayores unos ojos llenos de brillo e ilusión.

.

.

Apenada, después de haber interrumpido la discusión entre la pelinegra y el castaño, cerró la puerta.

—Lo siento, no es buen momento —se disculpó, con sinceridad y un ligero rubor en sus mejillas.

—No, Liv, no te preocupes —le calmó Hiccup —. Heather ya se iba —comentó, enojado.

La pelinegra, todavía más enfurecida, regresó con Hiccup.

—Eres un terco de primera —fue lo último que le dijo, para después salir y visualizar a Liv.

Ella no la conocía, ni quería conocerla. Tan solo pensaba en el herido corazón que podría tener Astrid si se llegara a enterar que Hiccup podría tener otra mujer.

Tenía confianza en que el amor de sus amigos no era caso perdido, pero su preocupación, más que nada, es que la hija que tuvo con Astrid merecía todo lo que le correspondía como próxima líder de Berk.

Ella fue el primer fruto del matrimonio de Hiccup, y así se empeñe en otra mujer, la niña no está borrada de su árbol genealógico. A ella y a Astrid les correspondía el amor del pueblo, pese al incidente de hace cuatro años. Las personas que quedaron en Berk eran excelentes y todos apreciaron mucho a Astrid.

Eso, era Berk. Quienes habían desterrado a los machos territoriales y solo dejaron la buena parte que estaban dispuestos a aceptar un cambio: una mujer como líder, porque ser mujer no te hace ni más ni menos capaz de realizar una tarea. Pero, ¿qué era la otra parte del mundo?

Ella, como viajera, sabía que no todo el mundo pensaba como Berk. Y que allá afuera todavía había mucha desigualdad y malos tratos para ellas, pues miles de veces fue despreciada por su sexo. Y temía que su amiga estuviera sufriendo de estas condiciones, pero, sobre todo, la pequeña Zephyr, que era muy pequeña para entender las razones para hacerla menos ante un varón.

.

.

Una vez que esa palabra haya entrado a oídos de Zephyr, sería imposible sacarla.

—Zephyr... —su corazón comenzó a acelerarse. Los ojos de su hija, en esos momentos, eran como clavarle un cuchillo en el corazón.

La pequeña se empezó a acercar al pelinegro, con una sonrisa.

— ¿Conoces a mi papi? —preguntó, con una tierna y suave voz, característico de un niño de cuatro años.

Daven tragó saliva y observó el rostro preocupado de Astrid. No sabía si afirmar o negar la pregunta.

—Zephyr, estuvo mal que oyeras una conversación ajena —retó su madre, enojada —. Vete al cuarto, esta es una conversación entre mamá y el señor.

—Pero mami... —insistió, con tristeza, mientras Astrid cruzaba los brazos y esperaba a que la niña acatara sus órdenes.

Zephyr, con una inmensa decepción, obedeció. Astrid inmediatamente le dio una mirada de repulsión a Daven.

—Dioses, ¿te das cuenta que acabas de hacer que rete a mi hija por primera vez? —le reclamó, con dolor.

Era verdad, su pequeña era la cosa más tranquila del mundo. Le encantaba jugar, pero era demasiado responsable y obediente, ya que se tuvo que criar bajo las estrictas demandas del señor Aran.

Por primera vez en la vida, y extrañamente, Daven se sintió mal. La mirada de la rubia no daba para menos.

—Cuanto lo siento... —carraspeó, con mucha pena —. Pero por favor, Astrid... acabo de ver cómo te trató ese sujeto y más sorprendente aún, ¡lo permitiste! —relató, realmente sorprendido. Porque era cierto, Astrid jamás habría dejado que un hombre la tratara de esa manera —. Y no me tienes que explicar, imagino el por qué tamaña sumisión. ¡Debes entrar en razón! Ya no hay nada que amerite peligro en Berk para ti o tu hija...

—Daven, vete —le rogó.

—Esta bien, me iré, por hoy. Pero hasta que no accedas a volver, estaré cuidándote.

Ella rodó los ojos y se devolvió a la casa.  

Mujeres en tiempos vikingosWhere stories live. Discover now