𝐂apítulo ⅩⅠⅤ: recuerdos, preguntas y algo más

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Rápidamente, se dirigió rumbo a su jefe, montado en uno de los dragones prisioneros de éste mismo.

Tenía muy buenas noticias para él, pues el encuentro de Astrid sería algo que cambiaría su vida. Podría deshacerse de los malos tratos hacia él.

—Jefe, tengo buenas noticias —mencionó Daven, feliz —. Antes de que diga cualquier cosa, encontré a Astrid Hofferson.

El señor A —nombre que presentaba ante cualquier persona— abrió los ojos, llenos de entusiasmo y esperanzas.

—Vaya, Daven... después de tu estúpido error, has hecho algo bien —"halagó", entregándole un saco con más de un millón de runas —. Guardaba tu paga para cuando la merecieras.

—Señor, ¿podemos olvidar aquel error? En verdad aprendí la lección.

— ¡Por supuesto que no! —replicó, soltando una carcajada —. Jamás olvidaré que pusiste a toda la aldea en contra de esa mujer, y eso, mi querido Daven, nos costó años de espera.

—Pensé que era la mejor opción —le dijo, apenado, sintiéndose humillado.

—Y pensar que te llegué a considerar mi confidente —comenzó a negar.

Sabía a lo que se refería. Le confesaría su identidad. Y por supuesto, esta era una ventaja para él, pues podría servirle por un tiempo, engañarlo y, por consiguiente, traicionar y entregar a este sujeto por otro fajo de runas.

Cuestiones del destino. Las cosas se debían hacer de esta manera. Sentía que pronto tendría lo que merece. Pero por el momento, seguiría fingiendo esta tamaña fidelidad.

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Zephyr se había quedado profundamente dormida, con todos sus juguetes sobre la cama. Astrid sonrió y removió todo el desastre que su pequeña dejó.

Ella era muy responsable y pulcra. Siempre le inculcó lo que es el orden y que debía mantener su zona de estar completamente impecable. Pero ahora, le había ganado el sueño.

Una vez que terminó, pasó un delgado cobertor sobre la pequeña. La noche estaba helando un poco.

Terminó, pero la realidad, es que después de su reencuentro con Daven, después de saber todo lo que pasaba en Berk, no tenía apetito de descansar.

Se sentó junto a Mei, la Furia Luminosa. Finalmente, había encontrado el nombre indicado a una preciosa dragona. Y no se trataba de un nombre vikingo, o algún nombre proveniente de sus feroces ataques de plasma, ni ningún aspecto físico.

Por las noches, se atrevía a tomar algunos de los libros que la señora Engla tenía guardados en esa habitación. Había encontrado unos brillantes ejemplares de astrología, donde numerosos nombres yacían en él. Meissa, la mancha blanca, dentro de la constelación de Orión.

Sin duda alguna, se había vuelto más culta. Y eso le causaba gracia, pues el inteligente, siempre de los siempres, fue Hiccup. Y, aunque su dragona ahora tenía un nombre mucho más digno de su belleza, siempre sería Chimuelina. Un recuerdo que guardará por siempre.

—Sabes, me di cuenta que fui muy egoísta contigo —le habló a la dragona, quien la miró con confusión —. Nunca te pregunté que había entre Chimuelo y tú —la dragona sacó la lengua, con una mueca, en señal de asco. Astrid rio, pues sabía que su fiel amiga era, incluso, más ruda que ella —. Ay, vamos, niña. Ninguna puede resistirse ante los encantos de un Furia Nocturna

La Furia Luminosa negó y se recostó. Astrid hizo lo mismo, y en su cama, no podía evitar que los recuerdos fluyeras como el agua de un río.

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Mujeres en tiempos vikingosWhere stories live. Discover now