𝐂apítulo Ⅹ: los vikingos y el señor Aran

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Las casas ardían en llamas, mientras Hiccup vestía su traje hecho con escamas de dragón.

Su miraba guardaba furia y rencor, mientras esperaba una respuesta clara de esos vikingos que tuvieron la osadía de intentar ponerle un dedo a su chica.

—Hiccup, ¡¿qué has hecho?! —Valka, sin creer que su hijo estaba siendo víctima de un odio irreversible, observaba los hogares de los vikingos.

—Ustedes no tienen nada que hacer aquí. Exigo que se vayan —ordenó, con su espada encendida y el oscuro dragón a su lado, confundido y temeroso de que su jinete perdiera la cabeza.

—Y si no acatamos las órdenes de usted, su exelencia, ¿qué? —el vikingo sonrió malicioso, retando al joven jinete. Hiccup frunció los labios, esperando recargar su raciocinio y no cometer una locura.

—Chimuelo —chasqueó los dedos. Chimuelo sabía lo que debía de hacer, pues su jinete usaba esta técnica cuando se trataba de decisiones específicas, decisiones que son de vida o muerte. Aquel chasquido significaba para el castaño un balance, algo entre lo bueno y lo malo. Perfectamente equilibrado.

Chimuelo estaba inseguro de acatar esa orden, puesto que Hiccup era lo contrario a la violencia y estas actitudes podían ser simples emociones, no sentimientos; pero no, Hiccup sabía perfectamente que esto que se hacía presente en su cuerpo era el mismísimo Musphelheim.

Finalmente, el dragón comenzó a cargar en su gargante un ataque de plasma, para apuntar hacia esa multitud y tirar su letal naturaleza a ellos.

Falló, a propósito. Pero su plasma fue tan cercana a ellos, terminando con las rocas y su complexión irrompible. Con estos, la manada de machos salió corriendo.

Una vez que los vio alejarse, el castaño soltó su espada y se dejó caer de rodillas. Comenzó a sollozar y cubrir su rostro, mientras el pueblo de Berk divisaban las lágrimas del líder, algo que en Estoico jamás se presentó.

Valka se acercó con él, pues ella al fin de cuentas, también mandó al diablo todo lo moralmente preescrito. Esos hombres habían sido crueles con su nuera y nieta. No iban a tener piedad, y a Hiccup lo único que podía moverlo de esta forma tan agresiva, era su familia.

—Yo apoyo tu decisión, hijo —le animó su madre, abrazandolo.

Teniendo el apoyo de su madre, no necesitaba nada más. Pero de pronto, vio como su pueblo comenzó a tirar las antorchas, hachas y toda arma al piso. Las habían cargado en caso de tener que atentar contra el jefe.

Todos tiraron sus armas y se acercaron a Hiccup, aplaudiendo que finalmente alguien se haya atrevido a correr a esos sujetos que nunca habían sido totalmente diplomáticos ante la comunidad.

Hiccup había sido perdonado por Berk. Él no cometió ni un delito, solo peleó por su familia y ahuyentó a las malas influencias.

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Las noches las pasaba en vela tratando de controlar el llanto de su hija.

Engla entró a la habitación de la rubia con rapidez.

— ¿Qué tiene la nena? —indagó, con preocupación por la bebé. Sin embargo, en su rostro había algo más. Llevaba días en esta casa, ya había conocido el carácter de su marido —. Déjame ayudarte —tomó a la niña en brazos y se acercó un poco a la chimenea.

No dejó de llorar, pero sus gritos ya no retumbaban el cuarto de Astrid.

—No me diga que ya le generé un disgusto con su marido —se disculpó, apenada. Engla negaría, pero de pronto un portazo se escuchó, descontrolando a Zephyr.

Mujeres en tiempos vikingosWhere stories live. Discover now