𝐂apítulo ⅩⅩⅤ: lo único que me queda

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La habían recostado en la cama de su hogar. Heather cuidaba de ella y tenía consigo un termo con agua para el momento en que despertase.

Mientras que Oliver descansaba su mirada en el suelo, recargado a la pared, esperando a que su hermana respondiera.

— ¡Mi mamá! —Despertó de golpe la rubia, llorando desconsoladamente.

—Astrid, ¡tranquila! —La recostó Heather, temerosa de la manera tan abrupta en la que despertó —. Nada es tu culpa. Tienes que descansar.

—No, no, no, Heather. Yo la maté. Se murió por mi culpa.

Y Oliver captó con claridad como los ojos de su hermana estaban llenos de luto y dolor. Sabía que la noticia le había caído tan mal como cuando a él.

—Luego discutimos, Astrid —habló la pelinegra, con tristeza —. Duérmete y ya. Ahora —ordenó. Astrid reprocharía, pero realmente necesitaba un descanso.

Se recostó en posición fetal, llorando, hasta quedar dormida.

Sí. Dolía igual, pero al menos ella tenía compañía, una amiga que la procuraba y cuidaba. Pero él, estaba solo.

Heather le miró, frunciendo el ceño.

—Vamos a hablar. —comentó la Berserker, encaminándose fuera de la habitación.

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Hasta eso, el Hofferson había servido un poco de zumo para que la pelinegra bebiera. Se veía agotada.

Ella le regaló una sonrisa amistosa, analizando el nuevo comportamiento del muchacho. Se le quedó observando, sin pena alguna. Lo puso completamente nervioso.

—Has cambiado —expresó, bebiendo de su zumo —. No puedo creer que estoy sentada frente a un quieto y amable Hofferson. ¿El rebelde está escondido?

Oliver sonrió con ironía.

—El rebelde Oliver tuvo que madurar luego de estar solo —platicó, nostálgico.

Recordar sus épocas de hambre y soledad no eran memorias que le apetecían conservar. Tras tanta soledad, era en lo único que podía pensar, por más que intentara ocuparse en otras cosas.

Heather cambió su semblante, compadecida. Ella entendía perfectamente ese sentimiento. Mucho tiempo estuvo en enemistad con su hermano. Después, pudo disfrutarlo y ser testigo de la enorme herencia que Dagur y Mala habían formado. Era hermoso, amaba a cada uno de sus diez sobrinos.

Y, aunque Dagur siempre le juraba que ella podía quedarse ahí el tiempo necesario, no dejaba de sentirse una carga. Su amiga Astrid tenía un hombre que la amaba y una niña preciosa que le levantaba los ánimos en los peores casos. Ruffnut había encontrado una familia junto con Snotlout y juntos, se habían ocupado de hacer crecer estos lazos; obviamente, la locura y el caos era parte esencial, pues junto al tío Tuffnut nada podía ser equilibrado y normal. El gemelo también había encontrado la paz al lado de una vikinga que, según el pueblo, era horrenda. Pero hacía feliz a su amigo y eso era lo que importaba.

Y, Patapez... el inteligente regordete por el que una vez deseó dejar todo y correr a sus brazos. Él había conseguido ser parte del nacimiento de la bebé de Astrid y eso lo orilló a anhelar con locura una pequeña. Más tarde, lo logró, pero no con ella.

Se había enamorado de una rubia marginada. Patapez, en su afán por ayudar a esta chica a concentrar su potencial en el bien y alejarla de tropas enemigas, cayó perdidamente enamorado. Y fue ella quien pudo concebir esa niña que apetecía en su vida. Sin embargo, un grupo enemigo la secuestró y nadie volvió a saber nada de ella. Posiblemente su destino fue el peor.

Mujeres en tiempos vikingosWhere stories live. Discover now