𝐂apítulo Ⅸ: te ama, Astrid

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La rubia sentía como el aire fresco pegaba en sus mejillas, y como cada vez más se alejaba del lugar en el que vivió toda su vida.

Se sostenía con fuerza, mientras cargaba a su bebé en reboso. La furia luminosa ya se había alejado lo más que pudo y finalmente bajó en una isla desconocida para ambas.

Astrid miraba el horizonte, mientras las estrellas y la luna hacían acto de presencia.

—No vamos a volver, ¿cierto? —miró a la dragona, a la cual, ésta solo le daba una mirada baja.

Sí, desde que la montó, entendió cuál era el propósito de la furia luminosa, alejarla. Y ella ya sabía que esta era la única opción viable para mantener a salvo a su bebé y a su esposo.

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—Madre, no vas a creer lo que pasó —comentó Hiccup, agitado.

La madre de éste se preocupó, pues al parecer su hijo venía con una mala noticia, pero ella tenía una peor.

—Los jinetes y yo encontramos a Gothi —tragó saliva, no sabía cómo soltar una noticia de este tamaño —, pero, lamentablemente, la encontramos muerta...

— ¡Oh, por Thor! —expresó la mayor, llenando sus ojos de lágrimas.

—Madre, enterraron un hacha a su corazón...

El joven había perdido las fuerzas de sus piernas y tuvo que sentarse. Sentía que le faltaba el aire, se estaba asfixiando.

Todo el pueblo apreciaba mucho a la anciana, pues era la curandera y ayudaba a todos de corazón. Pero alguien había decidido acabar con su vida. Y desde ese momento, realmente, todo era muy claro.

Cuando trataron de asesinar a Astrid y en su lugar murió Tormenta.

El azote de Odín propagándose de una flor.

El impedimento de que una profesional manejara el parto de su mujer, para que así todo se hiciera complicado y cualquiera de las dos vidas haya muerto.

No necesitaba más pruebas, todo fue manipulado de tal forma que sucedieran así las cosas, pero quién tenía tanto odio a él como para querer meterse con lo que ama.

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La furia luminosa la había llevado hasta una aldea que ella conocía. Sabía de una mujer muy bondadosa que le daría asilo a la rubia y a su criatura.

La señora Engla, una mujer caritativa y solidaria que disfrutaba de ayudar al prójimo, ya que poseía de buena economía gracias a que, con su esfuerzo, en su hogar montó un negocio de comida donde le iba muy bien.

— ¡Bienvenidas! —saludó Engla, gozando de sus invitadas. Astrid le había contado la situación de su llegada —. Sí, todos conocíamos de lejos a este maravilloso ser —refiriéndose a la furia luminosa —, siempre merodeaba por aquí y nos sacó de aprietos muchas veces —comentó la simpática mujer, mientras le daba un poco de pescado a la dragona —. Solo hay un problema —emitió, apenada —. Mi marido es... de un carácter difícil, por lo que él no aceptaría un simple huésped, él quiere empleados para el negocio.

— ¡No se preocupe! —continuó Astrid, roja de la pena —. Por ningún motivo hubiese aceptado un techo donde dormir si no trabajaré. Sería mi manera de pagarle la habitación.

—Créeme que por mí no habría ningún problema, tesoro. Es mi esposo el de estas exigencias y lastimosamente no me puedo oponer.

Astrid finalmente había dejado sus cosas en su nueva habitación. Después de tantas noches durmiendo con Hiccup, este cuarto carecía del calor que el castaño irradiaba a su cuerpo; y ese delicioso aroma floral representativo de su cuarto matrimonial, ya no estaba.

Mujeres en tiempos vikingosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora