𝐂apítulo ⅩⅩⅠⅠ: bórrame los recuerdos y bésame hasta el amanecer

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Hiccup tenía los ojos rojos y las pupilas dilatadas. En un principio, todo indicaba que se pondría agresivo con ella. No obstante, dejó de apretar con fuerza su cintura y se perdió en los delgados labios de la muchacha.

Hacía cuánto no la tenía así, cuánto tiempo sin disfrutar la sensación que le generaba poder mantener este contacto físico con ella. Astrid tenía las manos sobre el pecho de Hiccup, esperando, en cierta forma, a que algo sucediera.

Fue entonces cuando el castaño, finalmente, había pegado sus labios lentamente a los de ella, degustando en cada momento aquel beso que años llevaba esperando.

Había sido tierno, sentimental. Astrid le había dado paso para que él pasara la franja que debía, ya que, ella también ansiaba probar sus labios.

Se dieron cuenta lo mucho que habían cambiado a través de ese beso. Podía irradiar millones de sentimientos encontrados; el sabor, era igual. La forma desaforada de tomar con presión, era deseo. Pero la forma en la que Hiccup tomaba su cintura y ella acariciaba su espalda de arriba a abajo, era tristeza, combinadas con recuerdos nostálgicos. Ellos se extrañaban a más no poder.

—No sé qué estoy haciendo. —musitó, sintiendo la respiración agitada de la rubia.

—Probablemente, algo estúpido... —recusó, meditando por unos segundos si era buena idea seguir.

Habían hecho contacto visual y realmente, maldición. Hiccup solo podía pensar en lo malditamente linda que era, lo pura que se veía en aquellas batas blancas semitransparentes. Cayó en cuenta que por poco su macho interno se apoderó de él y estaba a nada de meterla a la cama sin el consentimiento de ella.

Tragó saliva e iba a retirar sus atrevidas manos de la cintura de Astrid, pero ella, con temor y angustia, tomó sus brazos.

—No, no lo hagas —se acurrucó en su torso —. Sé que no lo merezco, pero déjame sentirte así de cerca un rato —lo abrazó y apretó con fuerza, queriendo que nunca se fuera.

Hiccup no sabía qué decir. Estaba ebrio y apenado de que ella lo estuviera viendo en estas condiciones. Y, por si fuera poco, seguramente su aliento no era lo mejor.

Pero ella lo extrañaba tanto, que los contras de la situación eran invisibles. En estas circunstancias, debía aprovechar lo poco que podía alcanzar de él.

Y otra vez, sumergido en el aroma floral del cuero cabelludo color oro, inició por recostarla lentamente en la cama, una vez más con besos y caricias.

Besaba cada parte de su cuerpo, pasando por los lunares y marcas de nacimiento que el ya conocía. Pero al llegar a su espalda, percibía un montón de rayones tenues sobre su piel. Eran pocos, pero habían captado su atención.

Trató de continuar, queriendo disfrutar de ella, pero era inevitable pasar desapercibidos los moretones dibujados en sus piernas. Con las yemas de sus dedos pulgares, trazaba la forma de estos y, después, besó una de las tantas manchas moradas que tenía. Sencillamente, no apartaba su vista llena de desdicha.

—Basta. Ignóralos. —levantó el mentón del castaño, avergonzada de que viera esas marcas que antes no tenía.

—No puedo evitarlo. Son demasiadas marcas y no creo que de felicidad. —iba a levantarse. Se sentía estúpido, culpable. Por qué el primer momento especial debía ser bajo este vergonzoso estado de ebriedad.

—No —suplicó la mujer, tomándolo del rostro —. Por favor, borra esos recuerdos —lo susurró, cercana a su rostro, a sus labios —. Vuelve a hacerme feliz —lo besó.

Prontamente, se sumieron en el beso. Y solo eran ellos. Hiccup se posicionó entre las piernas de la muchacha y levantó, lentamente, mientras acariciaba su muslo, la parte de su bata.

Mujeres en tiempos vikingosWhere stories live. Discover now