𝐂apítulo ⅩⅩ: cautela e inteligencia

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Sentada, contemplando como el lugar había cambiado ligeramente desde que se fue, y no un cambio muy decente.

La casa estaba patas para arriba, con un montón de papeles regados por todos lados. Solo volteaba y divisaba un montón de folios sin orden. Estaba totalmente aburrida de no hacer nada, por lo que tomó varios de éstos y ahí venían un montón de coordenadas, planos y referencias en todos ellos.

Eran mapas, mapas recreados por Hiccup y todos tachados con tinta roja. Eran los lugares que había visitado en su misión por encontrarla.

Un lamento salió de su garganta. Las gotas de sus ojos no tardaron en aparecer y su corazón, nuevamente, latía con mucha frecuencia. Claramente, Hiccup había estado desesperado buscando bajo tierra.

No podía ser tan egoísta con él. Haddock tenía razón. ¿Cómo pudo volver de esta manera en el momento en que él ya estaba rehaciendo su vida? Haber vuelto solo lo encadenaba a sus nupcias de hace cuatro años; lo estaba obligando a ser su esposo.

Lo justo es que no luchara por él, que lo dejara seguir con aquella bonita mujer. Después de todo, Astrid ya no se sentía digna de él.

Hundida en los pensamientos, abrazando cada uno de esos mapas que significaban los tiempos en que el castaño moría de amor con ella. Un crujido de la madera la desconcentró, haciendo que prestara atención en la puerta y viera a esa majestuosa castaña parada.

Ambas enrojecieron, pero la de cabellos cobrizos cambió su semblante. Engarruñó su ceño y apretó los labios.

—Lo siento. Soy Astrid —la de luceros azulinos le tendió la mano, sonriendo con amabilidad. No tenía por qué hacerla su competencia, no lo era.

—Sí, lo sé. Sé quién eres —ratificó, demostrando indiferencia e ignorando su mano —. Y sí te queda un poco de dignidad, no trates de volver a seducir a Hiccup... Ya bastante le has hecho —soltó, sosiega, segura, imponente —. Yo no tengo nada contra ti. No te conozco. Pero ten por seguro que pelearé por Hiccup —cruzó sus brazos. Ella sí planeaba convertirse en su rival.

—No pretendo volver con él. No te preocupes —aseguró Astrid, desorientada. Esta chica tenía muchos pantalones.

—No me importa. No confío en tu palabra, lo siento —le mencionó, lo más afable que pudo. El hecho de que en estos instantes fueran adversarias, no la convertía en una mujer sin cerebro. Debía actuar cautelosa y con inteligencia.

—Liv, deja de atormentar a lady Astrid o tu querido jefe se enterará que la estas molestando —y una vez más, Daven la había rescatado de una escena sumamente incómoda. Aunque, en cierta forma, no le gustaba.

—Vaya, ¡mi lame botas favorito! —comentó Liv, sarcástica —. No te preocupes, señor chismoso. Ya me iba.

Una vez que la chica estuviera fuera, el pelinegro rodaría los ojos, exasperado.

—Me dice lame botas a mí cuando ella pasa cediendo a todo lo que el líder opine —argumentó, enfurecido.

—Podía quitarla de encima yo sola, ¿sabes? —le aclaró, orgullosa.

—Pues no parecía —admitió, rodando los ojos. ¿Por qué en cada rincón tenía que haber una chica pedante? —. ¿Qué haces aquí? Es la casa del jefe.

—Valka se llevó a Zephyr y no han llegado. Empieza a oscurecer —dijo, preocupada.

Valka era una excelente mujer. Sabía que protegería a su niña por sobre todas las cosas, pero el hecho de que ya fuera un poco tarde, sí le preocupaba un poco.

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Estaba a nada de trepar en Mei y ejercer el vuelo, para buscar a Valka y a Zephyr.

Mujeres en tiempos vikingosHikayelerin yaşadığı yer. Şimdi keşfedin