𝐂apítulo ⅩⅤⅠⅠ: mírame, mírame para siempre

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Recordaba cómo el señor A siempre se refirió a la niña.

En todos los meses de embarazo de Astrid, solía llamarla feto. Y cuando terminó, la llamaba escuincla, mocosa. Un apodo despectivo, nunca lo que verdaderamente era.

Realmente, jamás entendió por qué tanto desprecio a la niña. En realidad, entendía que había planes importantes y ella los ayudaría con sus metas. Pero, realmente, ¿por qué tanto odio?

Zephyr era tranquila, tímida, linda, bonita. A pesar de su timidez, era simpática. Tan solo oír las cosas tan inocentes que le decía a su madre, de cierta forma, tocaba su corazón.

»—La luna debería ser rosa. ¿Qué son esos colores tan sin chiste? —divulgó, mirando el cielo, acompañado por una carcajada de Astrid.

No estaba siendo hipócrita. Pese a la simpatía adquirida hacia la niña, sus planes siguen siendo firmes. Pero el señor A odiaba realmente a todo lo relacionado en Berk. Y eso incluía a Zephyr. Pero, ¿por qué?

Aunque, debía admitir que en algo no simpatizaba con Zephyr. Y no, en cuanto a su carácter, era perfecto. Sin embargo, no podía pasar desapercibido aquellas diminutas pecas regadas por su rostro. La niña, en cierta forma, era físicamente parecida a su madre. Pero, por todos los dioses, extrañamente mirarla hacía que la imagen de Hiccup Haddock se apoderara en tus pensamientos.

Algo había en su ser, en su alma, en ciertas zonas físicas de su imagen; algo tan similar a Hiccup, que los convertía en una imagen y semejanza, sin importar que los genes de Astrid estuvieran presentes en casi todo su rostro, Zephyr le recordaba al jefe. Y eso, era el poco malestar que sentía hacia Zephyr, pero no al grado de aborrecerla.

— ¿Ya te casaste? —preguntó la rubia, acariciando el cabello castaño rojizo de su hija dormida.

Cualquier pensamiento almacenado en la mente del pelinegro, por muy íntimo que fuera, había desaparecido.

— ¿Perdón? —mencionó, irónico —. No tengo tiempo para esas cosas.

Astrid bufó, rodando los ojos, sonriendo.

—Por favor... —continuó, negando con la misma ironía —. ¿Eres afeminado?

— ¡¿Qué?! —se ruborizó. Estaba, ciertamente, ofendido.

—Que si te gustan los... —pero no la dejó continuar. ¿Cómo podía pensar tal bajeza?

—No me digas. Ya entendí —rio un poco, confundido —. No. Nunca encontré una persona con la que sintiera esa conexión, ¿sabes? —finalizó, nostálgico —. Es decir, es hermoso... —señaló a Astrid y Zephyr —, pero, no es para mí. Yo soy ajeno a...

—Una familia tradicional. Aventurero, soltero y muchas libertades —continuó por él. Sabía perfectamente lo que sentía —. No te ves atado a una familia. Lo sé —ella sabía de esto. Lo entendía —. Yo tampoco era así. Y mírame.

—Es diferente. Tú sí tienes a alguien.

Y esto solo lo hacía caer en cuenta sobre su soledad. Nunca había cuestionado el ritmo de su vida. Pensaba que vivir solo toda su vida, rodeado de montones de riquezas, era todo lo que necesitaba para ser feliz.

Y Astrid, de alguna forma, lo ha hecho reflexionar mucho si desea gozar esa riqueza solo. Podría llegar a ser tan rico, ¿pero en qué gastaría todo aquello? Eso no llenaba el vacío inquebrantable. Siempre ha estado solo.

Una pregunta estúpida se aproximaba. Estaba siendo impulsado. Se podría decir que debería ser un tema que no le importase en lo absoluto. Y sí, ¿qué rayos le importaba a él?

Mujeres en tiempos vikingosWhere stories live. Discover now