03

7.9K 796 98
                                    

Emanuel.

Gruño con enojo mientras entro al auto de mi padre y cierro la puerta con fuerza. Él me mira con expresión de reproche, pero le hago caso omiso. Estoy cansado de que me trate como un nene de diez años.

Le dije una y mil veces que no me interesa saber nada sobre la empresa, ni sobre la maldita reunión que va a tener dentro de media hora, pero él me obligó a subir a este maldito vehículo y no me queda otra que hacerlo si no quiero quedarme sin herencia.

—Ya estoy harto de tus caprichos —comenta comenzando a manejar—. Tenés casi treinta años y te seguís comportando como un nene, ¿cuántas veces tengo que decirte que sos necesario en la empresa? ¡No te pagué el estudio de administración de empresas para nada!

Ruedo los ojos y miro por la ventanilla conteniendo una carcajada irónica. Si supiera que en realidad usaba su dinero para estudiar aviación me mataría. Lo que sé sobre el supuesto estudio administrativo es porque la chica que en ese momento era mi compañera de cama estudiaba esa carrera y me enseñaba, pero en realidad yo nunca me recibí de administrador.

Lo bueno de que mi padre sea ausente es que jamás se enteró de esto y espero que nunca lo haga.

—¿Te comieron la lengua los ratones? —interroga exasperado y resoplo.

—¡Papá! Te quejás de que me comporto como nene, ¡pero vos me decís frases infantiles! Ya no tengo diez años. Si no te respondo es porque no te quiero hablar, no porque me comieron la lengua los ratones. —Me cruzo de brazos y él chasquea la lengua.

Observo su rostro de reojo. No cabe duda de que este hombre es mi padre, sus ojos azules y su rostro marcado en un ángulo masculino nos delatan, incluso si mi cabello fuese blanco como el de él y tuviera algunas arrugas, varios creerían que somos hermanos.

Andrés, mi hermano, salió a mi madre y es completamente opuesto. No solo es moreno por donde se lo mire, sino que además es bastante feo en personalidad. Si piensan que yo soy el infantil que no pone los pies sobre la tierra, entonces él es cien veces peor que yo, y aún así tiene miles de mujeres a sus pies. Y bueno, es músico y ellos tienen ese estilo de vida.

Yo prefiero el orden, la estructura, la organización. Nada de tener veinte mujeres alrededor, si una sola ya es pesada, ¿qué haría con más de dos?

—Quiero que empieces a pensar qué querés con tu vida, Emanuel —prosigue mi padre y hago una mueca de irritación. Siempre el mismo discurso—. Quiero que me presentes a una mujer, que te cases y un nieto. Eso es todo, ¿tanto te cuesta?

—¿¡Y por qué no se lo pedís a Andrés!? —interrogo cansado, pasando una mano por mi pelo.

—¡Porque él está en otras cosas! Se la pasa viajando, apenas puede sostenerse a sí mismo. Vos sos responsable, hijo, y sé que podés dar más de vos —responde bajando el tono. Suspiro con frustración.

—Cuando quiera casarme y tener hijos lo voy a decidir yo, todavía no quiero atarme a eso. Dejame decidir sobre mi propia vida, ¿está bien? —replico intentando calmarme.

Él hace un sonido afirmativo que parece más una queja, pero no digo nada. Finalmente, deja el auto en el estacionamiento de la empresa y nos dirigimos al lugar. Miro por un instante la fachada, entrecerrando los ojos. No sé a quién se le ocurrió hacer un diseño de espejos, porque cuando es pleno verano el sol se refleja sobre ellos, calcina el asfalto y la gente corre como si fueran hormigas quemadas por una lupa. Por suerte hoy es un día gris, algo frío y ventoso, mi clima ideal... Y no lo aprovecho porque tengo que ir a esa asquerosa reunión.

Saludamos al portero y a la recepcionista al entrar y subimos por el ascensor hasta el quinto piso, que es donde está la oficina principal.

Suspiro fuerte para que mi padre note lo poco que me gusta estar acá. Ni bien se abren las puertas del elevador, no puedo evitar rodar los ojos. ¿Otra vez esa chica? De repente me entra el pánico, ¿y si mi padre quiere que haga la reunión con ella? ¡No, no voy a poder soportarlo!

Un flechazo (des)organizadoWhere stories live. Discover now