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Merlina.

Andrés espera pacientemente junto a mí mientras me decido por el centro de mesa. Hay varios que me gustan, y me está enojando no poder decidirme.

—¿Cuál te gusta más? —pregunto finalmente. Mi cabeza está a punto de estallar, anoche no dormí casi nada y me está costando mantener la concentración.

—Para mi gusto, y creo que va a quedar bien en la fiesta, este. —Señala una especie de pelota transparente con una vela eléctrica dentro. Era una de mis opciones, creo que se vería genial con las luces apagadas. Asiento con lentitud.

—Me parece bien, gracias. Voy a encargarlos.

Trabajar con el otro Lezcano es bastante tranquilo. Puedo contar chistes, hablar de varias cosas, colabora cuando lo pido ayuda... nada que ver con Emanuel, quien siempre iba serio y jamás decía nada. De todos modos, una parte de mí extraña esa seriedad porque, lo que le sobra al rubio, le falta a su hermano. A veces puede comportarse como un infantil, pero por lo demás, me cae muy bien.

—Señorita Ortiz, ¿no cree que hay que consultar estas cosas con mi padre? —interroga cuando comienzo a caminar hacia el mostrador.

—Él me dijo que no quería saber nada, que Emanuel iba a ser el responsable de ayudarme a elegir las cosas. —Me encojo de hombros—. Creo que usted tiene mejor gusto, de todas maneras. —Esboza una impecable sonrisa y tira su cabello hacia atrás.

—Gracias, yo creo lo mismo —replica riendo, a lo que le dedico una sonrisa divertida.

Hago el encargo de los centros de mesa, con la esperanza de que estén listos para dentro de dos semanas. Son cincuenta mesas, así que hay bastante para hacer.

Yo me pregunto, ¿tantos contactos tiene esta empresa? Se nota que es bastante grande, pero a veces da la sensación de que no hay mucho trabajo.

Salimos nuevamente del local. Hoy es un día muy otoñal, hay viento, un poco de nubes y las hojas amarillas caen sin parar de los árboles. El aire está fresco, así que me coloco la campera que mi mamá me obligó a traer. Menos mal, sino ya estaría a punto de resfriarme.

—¿Quiere ir a tomar un café? —me pregunta Andrés. Hago una mueca dudosa y termino negando con la cabeza.

—Perdón, no puedo. Hoy tengo una cena familiar y tengo que llegar temprano a casa —contesto. Es cierto, mi madre quiere presentarnos a alguien muy especial. Seguro que es su nuevo novio.

—No pasa nada, otro día vamos, entonces —expresa cruzándose de brazos. Mira hacia ambos lados de la calle antes de cruzar—. ¿A dónde hay que ir ahora?

—Al negocio de Vanina, tengo que terminar de confirmarle el pedido de comida.

—Bien, yo sé dónde queda.

—Yo también —respondo dedicándole una sonrisa burlona, que él responde sacándome la lengua. Luego estallamos en carcajadas—. ¿Ella te caía bien cuando era tu cuñada? —decido preguntarle. Se rasca la cien y hace una mueca pensativa.

—No la conocí mucho, para serte sincero, en esa época mi banda empezaba a hacer giras y la veía una o dos veces por semana, pero sí, me caía bien. Igual vos me caes mejor —comenta mirándome con alegría. Frunzo el ceño.

—Bueno, pero yo no soy tu cuñada, es normal que te caiga mejor que ella...

—Todavía —murmura. Hago de cuenta que no escuché eso, pero mi corazón late como loco.

¿Qué quiso decir con eso? Bah, seguramente que estoy pensando en cualquier cosa. Obviamente que no le gusto a su hermano, sé que no vamos a estar juntos. Debe ser alguna idea loca de Andrés, como todas las que tiene.

Un flechazo (des)organizadoWhere stories live. Discover now