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Merlina.

Termino de ducharme y comienzo a vestirme. Hoy es un día más de verano que de otoño, hay un sol bastante fuerte y la temperatura sobrepasa los veinte grados. Creo que es el clima ideal y estoy encantada. Me pongo una camisa fina de manga larga de color verde militar y unos jeans ajustados negros junto a mis botas de plataforma preferidas, también negras. Al menos, me hacen parecer más alta de lo que soy.

Apenas me maquillo, simplemente me pongo algo de rubor para dar color a mis mejillas y un labial humectante frutal que dan ganas de comer por el rico olor a frutilla. Además, me gusta el color que le da a mis labios; un tenue rojo brillante.

Esta mañana, ni bien desperté, me encontré con un mensaje de Emanuel avisándome que pasaría a buscarme a las doce del mediodía en su auto, así no tendría que esperar el colectivo. Agradecí ese gesto, ya que estoy cansada del transporte público que pasa cada una hora y llenísimo.

Al mirar el reloj, me doy cuenta de que ya son las doce y mi ansiedad se incrementa. Sinceramente, creo que no va a ser fácil olvidar el plan que tenía cuando lo conocí. Cada vez que lo tengo frente a mí tengo que controlarme porque muero por besarlo. Me atrae demasiado, y quizás sea solo un capricho, pero necesito cumplir ese deseo. Necesito besarlo, simplemente para olvidarme de todo y dejar de pensar en ese propósito. Estoy segura de que en cuanto sus labios toquen los míos, va a dejar de gustarme... O eso espero. Una bocina llama mi atención y bajo corriendo las escaleras, casi tirando a mi hermano que estaba subiendo. Chasquea la lengua y me reta, pero le hago caso omiso.

—¿No vas a almorzar? —cuestiona en un grito desde el escalón más alto.

—¡No! —replico tomando mi mochila y saliendo sin esperar respuesta.

Corro con velocidad al auto de Emanuel y, al entrar, no me agacho bien y me golpeo la cabeza. Él suelta una carcajada mientras me froto la zona golpeada, aunque también me río.

—No empecé muy bien mi día —confieso encogiéndome de hombros.

—Estamos igual, entonces —replica arrancando el coche, aunque este solo hace un ruido raro y vuelve a apagarse. Mi acompañante arquea las cejas y vuelve a intentarlo, pero esta vez ni siquiera emite sonido alguno—. O creo que estoy peor que vos —agrega, saliendo del vehículo. Se dirige al capó y lo abre, seguramente para identificar el problema.

Yo también bajo del auto y me ubico a su lado. Por su semblante, creo que no tiene idea de lo que sucede. Rasca su barbilla en un gesto pensativo y gruñe frotando su rostro. Chasquea la lengua y se cruza de brazos, negando con la cabeza repetidas veces. Me mira con expresión tensa y bufa.

—Sinceramente, no tengo ni la menor idea... Voy a tener que llamar a algún mecánico para que lo revise —anuncia con tono irritado.

—Me parece bien... —respondo asintiendo con lentitud. Saca su teléfono y se lo lleva a la oreja mientras se aleja un par de metros.

Suspiro y coloco mis brazos en jarra, esperando que corte la llamada. Yo no puedo creer, ¿tanta mala suerte voy a tener? Justo ahora se le tuvo que quemar el motor, o lo que sea que le haya pasado a su auto.

Observo a Emanuel desde mi posición. Está caminando de acá para allá, gesticulando con su mano libre y claramente con nerviosismo. Tiene las mangas de su camisa arremangadas hasta el codo, lo que deja expuesto al comienzo de un tatuaje. Enarco las cejas con interés, ¿el serio Lezcano está tatuado? Para ser sincera, jamás me imaginé que sea un hombre que le gustaran ese tipo de cosas. Por el contrario, pensé que odiaba todo lo que involucrara libertad. Quizás estoy siendo exagerada, pero es que me transmite mucha seriedad.

Un flechazo (des)organizadoWhere stories live. Discover now