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Emanuel.

Observo a Merlina mientras busca desesperadamente un papel en su mochila. Estamos frente al comercio donde tiene que retirar algunas cosas para la fiesta, pero no encuentra la boleta que alega su seña.

—¡Yo la tenía! —chilla al borde de los nervios. Está tan apurada que varias cosas salen disparadas en cuanto saca el papel con un grito de alegría.

La ayudo a levantar lo que se le cayó, con la mala suerte de que lo primero que agarro es una cajita de tampones. Maldita sea, ese tipo de cosas me dan pudor, pero ella ni se inmuta en cuanto nota lo que tengo en la mano. Por el contrario, se ríe y lo vuelve a guardar completamente relajada.

—¿Qué pasa? ¿Los querés usar? —interroga divertida. Hago una mueca de irritación y rueda los ojos—. Era una broma, Lezcano. Relax.

Ya hablás como mi hermano —mascullo chasqueando la lengua—. Tanto te juntas con él que se te pegó.

Sin decir nada, me dirige una mirada de reproche que me deja sin aliento. A veces puede ser muy directa con solo sus gestos. Me hace una seña para que entre con ella al negocio y así lo hago,  refunfuñando porque odio ser su perrito faldero.

—Vengo a retirar un pedido —le dice a una muchacha que está del otro lado del mostrador mascando chicle con expresión aburrida. Su cabello rubio teñido está completamente despeinado y su maquillaje corrido y payasesco, como si se hubiese pintado con la escopeta de Homero Simpson.

—¿Tenés el papel de seña? —cuestiona con tono despectivo. Aprieto los labios y me cruzo de brazos. No tiene porqué tratar mal a los clientes.

Merlina le da el papel con velocidad, la chica lo lee y desaparece tras una cortina de plástico ubicada a su espalda. Mi acompañante tambalea los dedos sobre el mostrador mientras mira a su alrededor con interés. Yo simplemente veo lo que hay en todo cotillón: disfraces, cosas de repostería y varios objetos de fiestas. 

—Mirá —me dice señalando algo a mi izquierda. En cuanto me doy vuelta noto por el rabillo del ojo que ella se mueve y vuelvo a buscarla con la mirada, pero no la encuentro.

Al fijar mi vista nuevamente hacia el punto señalado con anterioridad, sale de detrás de unos disfraces soltando un gruñido y con una máscara de hombre lobo. La miro con las cejas arqueadas y bufa mientras vuelve a colocar el objeto en el lugar correspondiente.

—Pensé que te ibas a asustar —expresa volviendo al mostrador. Suprimo una sonrisa y me encojo de hombros.

—¿Cómo podría asustarme de una mujer loba que me llega hasta el pecho y tiene complexión física pequeña? Más bien, me dio ternura —respondo acercándome a su lado.

—¿Debería decir gracias?

Antes de que pueda responder, la mujer que atendió vuelve a aparecer y niega con la cabeza.

—Perdón, ma, pero tu pedido todavía no está listo. Quizás la semana que viene —le dice mascando el chicle ruidosamente. Arrugo la nariz con asco al darme cuenta de que me mira de arriba abajo y me guiña un ojo lamiendo sus labios.

—Ah, bueno, gracias —responde Merlina desanimada y saliendo del local. La sigo rápidamente antes de que la vendedora suelte algo fuera de lugar—. Perdón, te hice venir hasta acá por nada —dice suspirando.

—Tranquila, no pasa nada. Si ellos no son comprometidos y no tienen el trabajo a tiempo no es tu culpa —replico con firmeza, a lo que ella asiente.

—Sí, pero quizás debería haber llamado por teléfono antes de venir, para asegurarme de que estuviese listo.

—Eso es cierto, pero bueno, ya está. ¿No tenés que buscar alguna otra cosa? Aprovechá que estás en el centro y hay muchos negocios —digo para intentar animarla. Ella hace una mueca pensativa y saca su agenda de la mochila para leerla.

Un flechazo (des)organizadoWhere stories live. Discover now