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Emanuel.

Mientras estoy en el baño, escucho a Ramiro reír demasiado fuerte o, al menos, lo suficientemente fuerte como para darme a pensar de que no está haciendo nada bueno.

Me lavo las manos con velocidad y salgo derecho a la habitación, donde mi amigo se encuentra sentado en la silla giratoria y con mi teléfono en sus manos. Abro mis ojos con expresión amenazante, pero él clava sus ojos negros en mí sin mover ni uno de sus pelos colorados, demostrando que no me tiene miedo.

Estiro mi mano para quitarle el objeto, pero es más rápido que yo y me esquiva, provocando que me tropiece y vaya a parar a la pila de ropa sucia que tiene tirada en el rincón, aunque me sirve para amortiguar el golpe. Me levanto rápidamente al notar que se escapó para continuar con su travesura, así que voy en su búsqueda.

—¡Ramiro, vení para acá, no seas infantil! —grito corriéndolo por toda la casa—. ¡No me hagas correr que fui al gimnasio y me duele todo!

Él no para de reírse, escudándose con muebles y tirándome cualquier cosa que se interponga en su camino. Esto es demasiado infantil para mí, así que bufo y me cruzo de brazos con expresión irritada sin dejar de observarlo. Sonríe con aspecto triunfante mientras teclea algo en el teléfono y luego se acerca para devolvérmelo.

—Lo hice, hermano —dice. Lo miro con confusión—. La seguí a esa chica en Instagram... con tu perfil.

—¿¡Que hiciste qué!? —interrogo atónito, con un grito que habrán escuchado los vecinos de la otra cuadra. Rodrigo salta de susto en el lugar y hace una mueca aterrorizada, pero luego se encoge de hombros con naturalidad.

—No me arrepiento de nada, Ema —admite—. Desde que la conociste que no dejás de hablar de ella, mirliza isti, mirlizi li itri —agrega imitando mi voz con burla. Ruedo los ojos y contengo una sonrisa—. Así que di el primer paso por vos, te ahorré lo más difícil.

—¡Yo no hablo de ella todo el tiempo! Y mucho menos tengo que dar el primer paso de nada porque Merluza no-me-in-te-re-sa —comento separando las sílabas.

—Claro, Emanuel, y yo me chupo el dedo —manifiesta haciendo un gesto como si fuese un bebé y luego me muestra el dedo del medio.

Sin responder, miro la pantalla y niego con la cabeza con incredulidad al leer que aceptó mi solicitud de seguimiento y que, además, me siguió de vuelta. Increíble, yo no quiero ser su amigo, ni siquiera quiero ser cercano a ella. Comienzo a mirar las fotos en su perfil, varias son de la típica "única y diferente" con vasos de Starbucks, filtros con orejas de conejitos y frases sacadas de libros de Paulo Coelho, pero hay otras en las que es imposible creer que es la misma chica que se saca fotos recién levantada. Por el contrario, está tan producida y tan seductora que se nota que está preparada para salir y conquistar. Admiro mentalmente su cuerpo y confirmo que la secretaria rubia es su amiga, ya que sale en varias imágenes con ella. Pero mi felicidad se termina cuando la veo en una foto con el mismo hombre que hoy la fue a buscar al gimnasio. Están muy abrazados, con sus mejillas pegadas y en la descripción puso: "¡Te amo! Por siempre juntos".

Tenso la mandíbula y aprieto el celular. Lo apago y lo tiro con brusquedad al sillón, donde rebota y cae el piso. Si me dijo en la entrevista que no tiene novio, ¿por qué me mintió? Quizás para conseguir el trabajo.

Creo que otra vez me dio hambre.

—¿Qué pasó? —me pregunta Ramiro con expresión divertida.

—Nada —replico cortante y chasqueo la lengua—. No vuelvas a tocar mi teléfono, ¿escuchaste? Voy a tener que cambiarle la clave.

—Tampoco es que es tan difícil, todos sabemos tu fecha de nacimiento, Emanuel. —Pone los ojos en blanco y suelta una risa por lo bajo.

Un flechazo (des)organizadoWhere stories live. Discover now