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Andrés.

Mi empujoncito está funcionando de a poco. Lástima que ayer interrumpí lo que estaban por hacer en la oficina, lo cual fue bastante obvio, pero a la vez es mejor, así pueden terminar de sacarse las ganas en cualquier momento. Y va a ser el doble de ganas, creo que ese día no voy a estar en la casa porque me va a dar vergüenza escuchar lo que hacen en la habitación. Creo que al fin Emanuel está haciéndole caso a lo que siente y eso es lo mejor que puede pasarle, aunque mi impulsividad me hizo pasar malas jugadas, pero a él le va a ir bien.

Toco la puerta de la casa de Merlina y espero a que salga. Hoy tenemos que ir a hablar con los DJ's que le recomendé y que, como son conocidos míos, no creo que tengan problema en estar en la fiesta. En cuanto sale, la veo más linda que nunca. Tiene el pelo recogido, un ligero maquillaje natural con los labios rosados, un jean negro que la estiliza y un suéter blanco con bordado de peluche. En los pies lleva unas zapatillas que se ven cómodas. Tengo que hacer que la vea mi hermano. Sonríe al verme, cierra con llave la puerta y se acerca a mí para saludarme.

—Hola, ¿cómo estás? —dice todavía sonriendo.

—Muy bien, ¿vos? Hoy estás de buen humor y te ves hermosa —respondo, a lo que se sonroja y se encoje de hombros.

—Dormí bien, solo eso. Falta casi una semana para la fiesta de tu padre y estoy nerviosa, así que un día que logro dormir lo disfruto.

—Me imagino —comento riendo y comenzando a caminar.

Mi hermano también está durmiendo bien, es raro en él que no se haya despertado a las seis de la mañana, son las nueve y aún seguía en la cama. Creo que anoche se llevó todo el papel higiénico a la mesita de luz, vaya a saber para qué... suelto una risa por lo bajo, obvio que ya sé para qué. Ojalá hayan tenido sexo por mensaje, es algo triste, pero sería un gran paso para ellos.

Me toco el bolsillo en búsqueda de mi teléfono, lo encuentro, pero hago cuenta de que no. La miro con expresión avergonzada y arquea sus cejas.

—Perdón, me olvidé el celular en mi casa y tengo las direcciones anotadas ahí. ¿Me acompañás a buscarlo? —digo con mi mejor actuación, que al parecer ella se cree. Asiente con algo de duda—. Mi hermano no está, creo que se fue a la empresa. Vamos caminando, no está tan lejos.

—Bueno, está bien, ¡pero no te desmayes!

—No, tranquila. Hoy desayuné y no hace calor. Otoño es una porquería con estos climas tan cambiantes —replico, yendo hacia mi casa. Ella camina a mi lado en silencio, con una mueca pensativa—. ¿Emanuel te enseñó bien las técnicas de defensa? —cuestiono interesado.

—Eh, sí, igual no terminamos —contesta sonrojándose. Por ahí viene la cosa.

—Ah, quizás puedan coordinar otra fecha. O en la fiesta del sábado, pueden tomarse un tiempo y pelean un rato. —Se ríe y niega con la cabeza.

—Ya no puedo pelear con el hombre que defendió.

—Yo hubiese hecho lo mismo —comento con tono de actuada irritación. Me mira de reojo y aprieta por un instante mi brazo en modo amistoso.

—Sí, lo sé.

Caminamos las últimas diez cuadras en silencio, rezando para que mi hermano esté en la casa. Ni bien entramos, escucho la ducha. Bien, buena señal. Merlina se cruza de brazos con incomodidad, pero no dice nada. Su mirada escudriña con atención a su alrededor.

—¿Querés un poco de agua? —cuestiono, abriendo la heladera para sacar la bebida.

—Bueno, gracias.

Un flechazo (des)organizadoWhere stories live. Discover now