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Emanuel.

Sacudo mi cabeza y me dirijo a la cocina para tomar algo, todos estos juegos me dieron una sed terrible. Uno fue peor que el otro, y tener que pasarle la frutilla a la pequeña boca de Merlina casi me mata de un infarto. Estaba haciendo todo mi esfuerzo posible para no rozar sus labios, fue casi imposible, pero lo superé, creo que lo peor ya pasó.

Ella se quedó afuera, mirando como juegan los demás y tomando algo hecho por un desconocido. Ojalá no sea nada raro. Tomo un par de tragos de un licor de huevo que mi padre me regaló hace poco. Me quema un poco por dentro, pero disfruto del calor abrasador.

Ella entra en la cocina con una sonrisa de oreja a oreja. Me hago el distraído, pero hoy está tan hermosa que me es imposible no mirarla.

—Permiso, voy a sacar unas latas —dice acercándose a la heladera.

—Adelante, haga de cuenta que es su casa —replico. Observo cómo se inclina para buscar las bebidas y tengo que mover mi vista porque mi cuerpo está reaccionando de un modo que no quiero—. ¿Andrés sigue con los juegos? —interrogo. Hace un sonido afirmativo.

—Sí, solo falta un juego para que otra pareja gane —comunica, cierra la heladera y se va con los brazos llenos de latas de cerveza.

Siento una especie de celos cuando escucho que ríe a carcajadas afuera y que, claramente, es un hombre quien está haciéndola reír de esa manera. Me aclaro la voz y salgo para ver con quién está. Hago una mueca de desagrado al darme cuenta de que es Lucas, el tipo que siempre intentó robar las chicas que rodeaban a Andrés y a mí. No me sorprende que esté coqueteando con Merlina.

—Ah, Ema, ¿no te importa que te robe a tu pareja un ratito? —cuestiona con una falsa sonrisa—. Voy a invitarla a unos tragos.

—Si ella quiere. —Me encojo de hombros y ella sonríe asintiendo.

—Sí, yo no tengo problema —responde, haciendo que mi sangre hierva.

Hago una mueca y me alejo nuevamente mientras observo cómo ellos se sientan en el sillón a tomar y hablar con muchas ganas. Maldito modelo de Calvin Klein, porque sí, el tipo es modelo. Y es muy normal, no tiene ni siquiera ojos claros, pero tiene un buen físico y eso es lo que llama la atención de las mujeres. Voy a tomar un trago de whisky, tengo ganas de beber cosas fuertes para apaciguar lo que siento dentro de mí. No puedo sentir celos, ella no es nada mío. ¿No hay nada para comer?

Chasqueo la lengua y agarro una bandeja de papas fritas que quedó sobre un estante. Arrugo la nariz, están húmedas, pero por lo menos me calmarán el hambre. Suspiro mientras le doy sorbos a mi bebida y como más snacks que encontré, maní y palitos salados.

—Bueno, chicos —dice Andrés finalmente—. Habiendo ya dos parejas finalistas... los invito a presenciar el último y gran juego final... invito a las dos parejas a reunirse aquí en el centro.

Vacío mi vaso de un trago y me acerco a él para reunirme con Merlina. A nuestro lado está Rosario y el Chino. Genial, qué pareja nos tocó como contrincantes, seguro vamos a ganar. Sonrío con satisfacción, es obvio que somos más rápidos que ellos. Mi hermano sonríe con expresión maligna y me mira. No sé porqué, pero me da la sensación de que me va a hacer sufrir.

—La final se la disputan Keung y Rosario por un lado, y Merlina y Emanuel por el otro. ¿Qué pareja ganará el trofeo de mi trigésimo tercer aniversario de vida? —Contengo una carcajada. ¿Por qué habla así? —. Y ese juego se llama... —Hace una pausa de suspenso y sonríe de oreja a oreja—. ¡El beso más largo!

—¿Qué? —cuestiono. Siento que mi espíritu se escapa de mi cuerpo por un segundo—. Me imagino que es metafórico.

—Ja, obvio que no. Es un beso de verdad, hermano. Se van a tener que besar. —Hace una mueca burlona y divertida a la vez. ¡Lo sabía! Tenía pensado esto desde el principio.

Un flechazo (des)organizadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora