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Merlina.

Ni bien entro a casa, escucho a alguien tocando el bajo. Frunzo el ceño mientras cuelgo mi abrigo en el perchero. ¿Acaso mi hermano retomó las clases? Qué bien que toca.

Me dirijo al origen del sonido, que sale de la cocina, y me encuentro con una extraña escena. Mi mamá y hermano sentados, mirando con admiración a un hombre calvo, vestido de camisa y jean, tocar el instrumento apasionadamente. Me quedo en silencio contra el umbral de la puerta, aguantando las lágrimas al recordar que mi padre tocaba ese mismo bajo, aunque él no pegaba ni una nota, pero siempre nos sacaba una sonrisa al intentar hacerse el rockero.

En un momento, el tipo levanta la vista y se queda petrificado al percatarse de mi presencia.

—Hola, soy Carlos. —Se presenta con nerviosismo. Mi mamá se para de inmediato y me mira con el rostro pálido, no esperaba que llegase temprano. Mi hermano me observa con expectación.

—Hija, él es mi pareja —dice ella con voz temblorosa, seguramente nerviosa por mi reacción.

Ella sabe que papá lo era todo para mí y que nadie podrá reemplazar su lugar, pero también entiendo que ella tiene que ser feliz y continuar con su vida. Esbozo una cálida sonrisa y me acerco a Carlos.

—Mucho gusto, yo soy Merlina, aunque me imagino que ya sabés mi nombre —digo estrechando su mano. Todos respiran con alivio a la misma vez y me río.

—Sí, por supuesto, tu madre me habla mucho de ustedes —responde con una sonrisa aun tensa.

—Tocás muy bien —comento señalando el instrumento con la cabeza.

—Gracias, toco desde chico y me encanta —replica guardándolo en su estuche.

—Tengo un amigo que es cantante y toca la guitarra eléctrica. Está buscando gente para formar una banda, ¿no te gustaría estar? —inquiero mirándolo con atención. Sus ojos negros me observan con interés, pero luego niega con la cabeza riendo por lo bajo.

—Ya estoy viejo para eso —expresa.

—¿Viejo? —repite mi madre abriendo los ojos incrédula—. ¿Qué tengo que decir yo entonces? —Luego me mira y se explica—. Le llevo cinco años de diferencia.

—Guau —logro articular. La verdad es que no me interesa mucho—. Entonces, si tenés cuarenta y ocho años, no sos viejo para entrar a una banda. Además, vas a tocar el bajo, no vas a bailar como para descaderarte.

—Igual —replica riendo—, mi sueño de ser famoso se esfumó hace mucho.

—Qué lástima —expreso acercándome a la mesa y agarrando un pedacito de queso. Pusieron un plato con una picada y nadie la está comiendo, así que aprovecho—. Ya vuelvo, voy al baño.

Doy media vuelta sin esperar respuesta y subo corriendo las escaleras hasta el baño. Me siento sobre la tapa del inodoro y respiro hondo, tengo que poder aguantar esto. Papá murió hace tres años y veo feliz a mamá, como no la veía hace mucho tiempo, y eso es lo más importante. Además, Carlos parece buen tipo. Debo superar el dolor.

Decido mandarle un mensaje a mi mejor amiga pidiéndole hablar un instante, pero me responde que está en un entrenamiento de Ramiro y no puede hablar. Maldito colorado gallina, ya me robó a Vale. Chasqueo la lengua, ya no tengo más amigos para poder contar lo que siento. Quizás Juan Manuel... no, mala idea. Quedamos como amigos, pero no creo que quiera que le cuente todos mis problemas. ¿Andrés? Puede ser, pero con lo que me dijo esta tarde me dio miedo. Probablemente tome mi pedido de ayuda como un coqueteo. En fin, mejor me la aguanto yo solita.

Un flechazo (des)organizadoWhere stories live. Discover now