27

4.7K 576 149
                                    

Emanuel.

Hoy es un día muy tranquilo en la oficina. Por suerte, porque después de la adrenalina que tuve hace un rato siento que me voy a quedar dormido como un bebé. Estoy intentando mantenerme despierto comiendo almendras, cantando música deprimente y con los pies sobre el escritorio. De repente, alguien toca la puerta y entra. Es mi hermano.

—Necesito que beses a Merlina —suelta de golpe. Lo miro completamente confundido, pero con mi corazón latiendo a mil por hora.

—Perdón, ¿qué?

—Bueno, no la beses, pero dale lecciones de defensa personal —responde implorándome.

—No entiendo nada, ¿qué hiciste? —interrogo con una mueca de disgusto.

—Mmm, digamos que sin querer le contesté el mensaje que te mandó de modo coqueto y... quizás piense que la querés besar... —Se rasca la nuca con nerviosismo, esperando mi contestación.

Inspiro hondo, no puedo creer que haya hecho eso. Tanto me costó responderle que yo también la quería besar, que lo terminé borrando y al final no le mandé más nada, y él va y la caga así. Me quiero morir.

Me pongo de pie con lentitud, dejando las almendras sobre la mesa, me sueno los dedos y me acerco a él con la misma velocidad. Sus ojos reflejan temor, pero ni se inmuta cuando me pongo frente a él. Lo único que hace es dedicarme una pequeña sonrisa con los labios bien apretados.

—Si vos querés besar a la señorita Ortiz y darle clases de kamasutra o lo que se te ocurra, lo podés hacer, pero a mí no me rompas las pelotas —digo entredientes. Entrecierra los ojos y suelta una carcajada.

—Dale, Ema, no seas hipócrita, te conozco desde que estabas en la panza de nuestra madre, así que no me vengas a engañar. Te morís de ganas por estar con Merlina, te conozco. —Me quedo sin palabras, porque realmente sabe quién soy—. Te hice un favor, o lo aprovechás u otro tipo se va a dar cuenta de que lo que vale esa chica y te la va a sacar de antemano, como ese Juan Manuel. Me dijo que no son novios porque le gusta otro, me imagino que sabrás quién es. —Me guiña un ojo, me da unas palmadas en el cachete y se va con aspecto victorioso.

No puedo creer lo que me acaba de decir, tampoco puedo creer que se haya dado cuenta de que me gusta Merlina. Lo único que no voy a permitir es que use mi teléfono en mi nombre, ¿cómo hizo para sacármelo del bolsillo? ¡Ah, creo que me olvidé en el baño! Soy cada vez más estúpido. Ahora me siento completamente nervioso, si va a venir para que la bese o... mejor no, mejor le doy las clases de defensa y listo, que se vaya.

Cierro la puerta, porque al parecer mi hermano vive en carpa, y vuelvo a sentarme. Yo jamás le di lecciones a nadie, ¿cómo voy a dárselas a una chica que parece débil? Hizo un poco de kickboxing y va al gimnasio, pero no es lo mismo. Me pongo a ver videos de Youtube para ver cómo puedo enseñarle hasta que vuelven a tocar la puerta. Con todo el nerviosismo del mundo grito que pase. La cabeza de Valeria se asoma para avisarme que Merlina está acá y que si la dejo pasar, a lo que le respondo afirmativamente. Cinco segundos después, la organizadora se hace presente en mi despacho, cerrando la puerta tras ella.

Me pongo de pie y me acerco a ella. Está sonrojada, pero me saluda con normalidad. Vaya a saber lo que le dijo Andrés haciéndose pasar por mí. Seco las palmas de mis manos con el pantalón y le ofrezco almendras. Ella agarra algunas.

—Hasta ahora me doy cuenta de que no comí nada —comenta—. Como estuve con tu hermano en el hospital y después pasó eso... no me dio hambre.

—Está loca, antes de entrenar debería comer, no quiero que le pase nada. Ya mismo voy a mandar a Valeria a que le vaya a buscar una ensalada aunque sea —respondo preocupado.

Un flechazo (des)organizadoWhere stories live. Discover now