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Emanuel.

Corto la pechuga de pollo y la llevo a mi boca con desesperación. Sigo sintiendo el maldito agujero negro en mi estómago, estoy muerto de hambre. No sé por qué tuve que verla, ni siquiera sé porqué le sostuve la mirada.

Aunque ese gemido de placer que emitió al probar su comida, junto con sus ojos cerrados y cómo lamía sus labios con seducción me hizo darme cuenta de algo. Anoche pensé que estaba empezando a ser impotente, porque nada me pasó con el cuerpo de esa tal Mónica, intenté que me pasara algo viendo porno y nada. Sinceramente, estaba asustado, nada podía excitarme... hasta ahora. Ver de esa manera a Merlina me hizo sentir una tremenda puntada en mi entrepierna y cómo una erección se va apoderando de mi cuerpo. Maldita sea, ¿justo ahora tiene que pasarme?

La comida me ayuda a distraerme, Rama y su novia hablan entre ellos, la organizadora y el mago coquetean sin descaro frente a mí. Me siento como harina de otro costal, ni sé para qué vine. Mastico mis papas al orégano con fuerza debido a la rabia que me provoca esto. Hace cuatro días me besó como una loca y ahora está a punto de besar a ese tipo. Toso para llamar la atención, pero nadie me mira. Ruedo los ojos y suspiro mientras sigo comiendo.

A último momento no iba a venir, pero mi hermano me convenció, y estoy muy arrepentido. Estúpido Andrés, debe estar haciendo tremenda fiesta en mi casa.

—Ema —me llama mi amigo. Lo miro de mala gana—. ¿Todo bien?

—Sí, todo perfecto. —Esbozo una sonrisa falsa y sigo mirando mi pollo.

De repente, Merlina estalla en carcajadas junto a su acompañante y todos nos quedamos mudos del susto.

—¡Me encantó! —exclama ella secando sus lágrimas de risa—. Me mostró un meme espectacular —cuenta con una amplia sonrisa.

Cruzo una mirada con Kinse, quien me mira desafiante y con orgullo de ganador. ¿Qué le pasa? ¿Acaso cree que me gusta su chica? Ja, que siga soñando. No, ella no me gusta en lo absoluto. ¡Si no la aguanto! No soporto su risa cantarina, ni cómo derrocha tanta energía y vitalidad. Tampoco aguanto su voz suave ni cómo se mueven sus labios mientras habla. No soporto ver sus ojos marrones tan brillantes, ni cómo mueve su cuerpo al caminar. La miro de reojo con disimulo y me doy cuenta de que tampoco soporto verla tan alegre con otro hombre.

Yo jamás la vi sonreír de esa manera tan genuina y debo admitir que me hubiera encantado ser yo quien se la provocara. Chasqueo la lengua, ¿qué me está pasando?

—¿Y qué hicieron anoche? —cuestiona mi amigo con alegría—. Yo me acosté ni bien se fue Ema de casa, no daba más del cansancio. Las competencias me tienen como loco y cada vez que gano me siento aliviado.

—Yo también dormí cuando llegué a casa —replico. Merlina me mira por segunda vez en la noche con expresión incrédula, con eso me dice que vio la foto que posteó mi hermano. Me quiero morir—. Aunque me costó, porque mi hermano llevó amigas a la casa y no se callaban —agrego como una excusa.

—Bueno, yo estuve en una fiesta familiar. Cumplía años mi tío —contesta Valeria salvándome. Agradezco que haya hablado, porque sino me iba a seguir embarrando.

—Y yo tuve un show en una fiesta de un chico que cumplía dieciocho años, me fue muy bien —comenta Juan Manuel con una sonrisa de oreja a oreja. Yo suelto un murmullo de desinterés que, por suerte, nadie escucha—. Faltás vos —le dice a Merlina.

—Bueno, yo me quedé mirando una serie hasta tarde. —Cruza una mirada con su amiga y me da la sensación de que está mintiendo—. Vis a vis, para ser más exacta. Muy buena, se las recomiendo.

Un flechazo (des)organizadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora