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Emanuel.

Cuando Ramiro me hace estacionar en el Bar Dragón no puedo evitar resoplar. No sé porqué teniendo tantos bares disponibles elige el mismo, pero no me quejo porque yo le permití que eligiera el lugar.

Al entrar me choco con una muchacha y refunfuño por lo bajo. Odio que no miren por donde van, ya sé que está bailando, pero podría ser más precavida.

Nos dirigimos a la barra e inmediatamente pido dos shots de tequila, brindo con mi amigo y mando la bebida por mi garganta sin pensarlo dos veces. Esto va a hacer que entre en calor.

—Hoy hay más mujeres que de costumbre —grita Ramiro emocionado. Asiento y me encojo de hombros.

—Tienen entrada gratis —replico—, debe ser eso.

Él mueve la cabeza en un gesto afirmativo mientras observa a las chicas que nos rodean. Yo pido que el tiempo pase rápido, recién llego y ya me quiero ir. Estoy más viejo que mi padre.

—¡Uy, uy, uy...! —escucho que exclama mi acompañante—. Mirá a esa rubia, es mortal.

—¿Cuál de todas? —cuestiono al notar que la gran mayoría lleva el pelo de color oro.

—¡La del vestido rojo! Tengo que llamar su atención de alguna manera.

—Por favor, no hagas el baile de la gallina —suplico intentando encontrar con los ojos a la supuesta rubia de rojo. Como no la veo, suspiro y pido otro trago.

—¡Pero ese es mi baile conquistador! —chilla mientras me guiña un ojo y comienza a caminar hacia el centro de la pista moviendo la cabeza con ritmo.

Lo pierdo de vista entre la multitud, así que simplemente me doy por vencido y tomo un shot más antes de ponerme de pie e ir a buscarlo.

Las luces que se encienden y apagan intermitentemente mientras se mueven hacia todos lados me marean, así que entrecierro mis ojos para distinguir a mi amigo y no puedo creer la escena que montó. Puso a toda la gente a bailar como gallinas. ¿Acaso están mal de la cabeza? Aunque debo admitir que es un show bastante divertido, así que me acerco un poco más para observar mejor. En cuanto hago dos pasos, un cuerpo choca contra el mío y suelto un insulto por lo bajo.

—Ay, perdón —dice la chica dando media vuelta para mirarme. Abro los ojos sorprendido al reconocerla y siento la saliva pasar con dificultad por mi garganta.

Me sonríe e intento devolverle el gesto, pero estoy completamente atónito y siento que solo me sale una mueca extraña.

—Ah, hola, señorita Ortiz —saludo con tono incómodo—. ¿Su amiga es la que está bailando con Ramiro? —pregunto haciéndome el interesado.

—Mi amiga es su secretaria, ¿Ramiro es el colorado? —replica ella volviendo su vista al centro. Se nota que están divirtiéndose mucho y eso que están bailando hace menos de cinco minutos.

—Sí... Mi mejor amigo —agrego avergonzado. Nos quedamos en silencio, sin dejar de mirar los pasos de nuestros acompañantes. Admito que por dentro siento ganas de ir a bailar con ellos, pero a la vez mi miedo a hacer el ridículo me frena—. ¿Hace mucho llegaron? —pregunto. Vuelve a dirigir sus ojos marrones hacia mí y niega con la cabeza.

—No, llegamos recién. Tomamos algo y salimos a bailar, aunque al minuto nos interrumpió tu amigo gallina.

Se cruza de brazos y esboza una sonrisa burlona. Suelto una risa forzada y rasco mi nuca intentando pensar en algo.

—¿Ustedes hace mucho que están? —agrega arqueando las cejas.

—Una hora. —Aplausos y gritos de las personas nos avisan que la canción ya terminó, aunque siguen bailando la que sigue de la misma manera—. Creo que van a estar así por un buen tiempo.

Un flechazo (des)organizadoWhere stories live. Discover now