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Merlina.

Toco el timbre mientras termino de acomodarme el pantalón. Andrés dijo que este conjunto de top rojo y pantalón palazzo negro me quedaba espectacular, y como le prometí que lo iba a traer puesto... acá estoy.

Puedo escuchar que desde adentro hay música y varias personas están hablando, por lo que me balanceo sobre mis pies esperando a que me abran. O bueno, al menos intento balancearme porque los tacos no me dejan hacer tal cosa.

—¡Andrés, la puerta! —es claramente la voz de Emanuel.

—¡Abrí vos, estoy jugando a algo! —le responde su hermano.

—Pero es tu cumpleaños, vos tenés que recibir a tus invitados, yo recién llego de... —Abre la puerta y se queda mudo por un momento—. Hola, señorita Ortiz. Estaba peleando con Andrés porque no quiere abrir la puerta y yo recién llego de un vuelo y estoy cansado.

—Está bien, no hay problema —contesto sonriendo.

Lo miro de arriba abajo. Está con ese traje de piloto que es bastante sexy, incluso hasta le marcan más los músculos que tiene y que tuve el placer de admirar hace unos días. Ni hablar de cuando toqué sus brazos en la oficina, fue demasiado excitante, pero la tenía que cagar pidiéndome disculpas cuando me fui. Se hace a un lado para permitirme pasar y, en cuanto Andrés me ve, viene a mí de inmediato.

—¡Meeer, hermosa! —exclama abrazándome fuerte—. ¡Qué bueno que viniste! Te estaba esperando. Mirá... —Me empuja de a poco hacia un grupo de gente, haciendo que deje atrás a Emanuel—. Te voy a presentar a dos amigos, y dos amigas, muy buena onda. Ellas son Rosario —Una colorada gordita esboza una simpática sonrisa—, y Cristina. —Una rubia con trenzas y ojos extremadamente negros me saluda con la mano.

—Mucho gusto, soy Merlina —me presento sonriendo. —Y ellos son Tobías y Eugenio —señala a dos castaños de ojos verdes, ¡gemelos! Ellos se ríen al ver mi expresión y me muestran los cartelitos con sus nombres. Se ve que nadie los logra diferenciar.

—Hola, yo soy Merlina —repito dándoles la mano a modo de presentación.

—Un placer —contestan a la vez, provocando que me ría.

—En serio, son iguales en todo —comento manteniendo la sonrisa.

—Así es, incluso en los gustos de las chicas —replica Tobías guiñándome un ojo. Genial, ya empezaron los coqueteos.

De lejos diviso al Chino, quien está poniendo música desde una notebook y baila al ritmo de un rap mientras canta. Me saluda con la mano y le devuelvo el gesto. Solo espero que no ponga esta música en la fiesta de Ricardo.

—¿Querés algo para tomar? —cuestiona Andrés. Hago un sonido afirmativo y lo sigo hasta la cocina.

El pobre Emanuel está sentado solo, comiendo un sándwich y con la vista sobre su teléfono. Ya se cambió su traje por una camiseta y un jogging más cómodo, pero todo le queda bien. Cuando nos ve entrar se sienta más recto y nos mira.

—¿No vas a venir a la fiesta? —le pregunta Andrés. El rubio se encoge de hombros mientras termina de masticar.

—Estoy cansado, no tengo ganas.

—Qué aguafiestas, si ahora viene lo mejor. Vamos a jugar... —El morocho deposita un vaso frente a mí y me guiña un ojo—. Fernet con coca, no falla.

—Salud —respondo levantando la bebida y tomando un trago. Ambos hermanos sonríen.

—De más está decir que hoy estás muy hermosa, Mer —comenta Andrés asintiendo. Escucho la brusquedad con la que su hermano mastica y lo miro con diversión.

Un flechazo (des)organizadoWhere stories live. Discover now