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Emanuel.

Me despierto con la maldita luz solar que da exactamente en mis ojos. Apenas puedo abrirlos para recordar que estoy en mi habitación y que a mi lado está... tanteo para sentir su cuerpo, pero no lo encuentro. ¿Dónde está Merlina?

Busco mi ropa mientras bostezo, una prenda en cada punta de la pieza. Sonrío al pensar en la locura que hice esta madrugada. Tuve que admitirlo, esa chica me tiene completamente perdido. Miro la hora y abro los ojos con asombro, son más de las tres de la tarde. Menos mal que es domingo o ya habría perdido un día de trabajo. Escucho risas en la cocina y salgo con toda la naturalidad que puedo.

Está mi hermano, Juana y Merlina. Bueno, creo que no fui el único que la pasó bien. Andrés me mira con orgullo y la organizadora se sonroja al verme.

—Buenas tardes a todos —digo entrando al baño.

Hago mis necesidades, me peino, lavo mis dientes y vuelvo a donde están los demás. Observo que están desayunando.

—¿Hace poco se levantaron? —interrogo, preparándome una taza de café.

—Hace media hora —replica Juana—. Aunque Mer ya estaba levantada y algunos chicos se acaban de ir hace diez minutos.

—Sí, bueno, tengo que ir a casa, mi mamá debe estar preocupada y no tengo modo de llamarla, perdí mi celular. Ya termino mi leche y me voy —comenta ella, aun sin mirarme. Yo solo pienso en que se quiere terminar su leche y sonrío con picardía, pero no digo nada para no avergonzarla. Mi hermano se da cuenta y se ríe por lo bajo.

—Te presto el mío —le digo sacando mi celular del bolsillo para que pueda llamar, pero se niega.

—No, no se preocupe, si dentro de un ratito voy.

Con mi infusión ya preparada, me siento al lado de ella y le robo una de las galletitas que tiene en su plato. Logro que me mire con una sonrisa y la veo más hermosa de lo que recordaba, como si el haber tenido sexo la hubiese rejuvenecido y hecho más fresca. Es lo más probable.

—Hola —le digo—. ¿Dormiste bien?

—Hola, señor Lezcano, dormí muy bien —responde asintiendo—. ¿Y usted?

Frunzo el ceño y hago una mueca al darme cuenta de que me trata así porque yo le pedí que haga de cuenta que no hicimos nada. Carajo, no puedo ser más idiota. No puedo dejar que piense que la usé para una sola noche, no quedé ni la mitad de satisfecho. Necesito más de ella.

—Sí, dormí excelente, aunque me hubiera gustado seguir un rato más en la cama... —Me quedo mirándola embobado, sin importarme que ella se dé cuenta de mi gesto. Me dedica una mueca de diversión, pero termina su desayuno y se pone de pie.

—Bueno, chicos, ya tengo que irme. —Saluda a Andrés, a Juana y a mí con un beso en la mejilla. ¿A mí con un beso en la mejilla? ¿Después de habernos comido la boca como si no hubiese un mañana?

—Te llevo en el auto —le digo poniéndome de pie.

—Ni siquiera tomaste tu café —responde arqueando una ceja. Agarro mi taza y vacío el contenido de un trago. Me quemo todo por dentro y la lengua, pero termina riendo al ver mi cara roja y acepta que la lleve.

Vamos hasta el garaje, abro la puerta del acompañante para que se siente mientras abro el portón y luego me subo para salir del lugar. Vuelvo a cerrar y al fin comienzo a llevarla su casa. Estoy manejando lento para no llegar tan rápido, no quiero despedirla y hacer de cuenta que no pasó nada.

—No hace falta que finjas, lo que dije ayer fue... —comienzo a decir.

—Fue sensato —me interrumpe—. Nos divertimos, la pasamos bien, pero tiene razón. Yo no quiero que su padre piense que me dio el trabajo solo porque tenemos algo, y quizás lo mejor va a ser mantenernos alejados durante esta semana. Yo tengo que concentrarme, tengo que trabajar duro estos días para que todo esté listo para el sábado y no puedo distraerme.

Un flechazo (des)organizadoWhere stories live. Discover now