18

5.2K 596 48
                                    

Merlina.

Siento que casi muero cuando el colectivo se detiene de manera tan brusca. Si me caigo, seguramente me van a pisar todos los pasajeros que están a mi alrededor... Y son demasiados, pero sus brazos me sostienen en el momento justo. Se encastran en mi cintura como si estuvieran hechos a mi medida, con firmeza y seguridad.

Nuestras miradas se cruzan y puedo decir que, al menos para mí, todo se detiene. El tiempo, la gente, el mundo. Somos solo nosotros dos mirándonos, con la respiración agitada y la duda en nuestras expresiones. Estoy completamente segura de que está pensando lo mismo que yo: quiero besarlo ya mismo. Lo puedo notar en sus ojos, en cómo me observa los labios sin ningún tipo de discreción y yo lo imito. Si dejo pasar esta oportunidad, nunca más va a volver.

En un movimiento lento, casi imperceptible, nuestros rostros comienzan a acercarse. Ya puedo sentir su respiración rozando mi piel, pero, a último momento, se aclara la garganta y vuelve a acomodarse como si nada hubiera pasado. Yo actúo de igual manera, aunque por dentro me estoy muriendo.

—¿Estás bien? —interroga arqueando las cejas. Asiento rápidamente.

—Sí, gracias por sostenerme, sino me hubiera caído —replico sujetando mi mochila con mayor firmeza al notar que aún sube más gente al transporte. Siento que me estoy quedando sin aire del calor y del encierro que hay acá, y aún tenemos más de una hora de viaje.

Pasan aproximadamente diez minutos cuando Emanuel saca su teléfono y unos auriculares con el cable muy enredado. Hace una mueca de fastidio al intentar desenredarlo con una sola mano y yo contengo una risa al notar que se le hace peor.

—Yo lo sostengo —le digo—, desenrede eso tranquilo.

—No confío en su fuerza, señorita Ortiz. Siento que si me llega a agarrar, nos vamos a caer y nos van a pisotear sin lástima —contesta con ironía. Suelto un resoplido.

—Bueno, entonces...

Me aclaro la voz y, con una sonrisa maligna, saco de mi mochila unos buenos auriculares Bluetooth. Sin cable, no hay enredo. Emanuel me observa por un instante y luego rueda los ojos, mientras sigue intentando poder usar los suyos.

—¿Qué música le gusta, Lezcano? —interrogo. Se rasca la barbilla por un segundo.

—Seguramente lo que no le gusta a usted —replica cortante, aprovechando que el colectivo se detuvo para desatar su cable. Hago una mueca de irritación y me encojo de hombros.

—Bueno, mi banda favorita es Coldplay, pero puedo escuchar cualquier tipo de música sin discriminar. No como otros... —Me pongo los auriculares y conecto mi teléfono a ellos.

La verdad que hablar con Emanuel me exaspera algunas veces, más cuando se cree superior a mí. Noto que me observa con expresión culpable y me toca el hombro para captar mi atención. Lo miro y suspira.

—¿Qué música cree que me gusta? —pregunta mirándome a los ojos, dejándome sin aliento a causa de sus ojos tan transparentes. Me aclaro la garganta y me encojo de hombros con indiferencia.

—No sé porqué, pero algo me dice que le gusta la electrónica, tipo... Martin Garrix.

—¿Qué la hace pensar eso? —cuestiona frunciendo el ceño—. No, no me gusta esa música. No voy a decir que no la escucho, porque no tengo problema, pero suelo escuchar siempre las mismas tres bandas.

—¿Solo tres bandas? Que vida más triste... —susurro. Él se queda en silencio, así que continuo—. ¿Y cuáles son?

—Muse, Soda Stereo y... Coldplay —replica con mucha fuerza de voluntad, seguramente porque le cuesta admitir que tenemos gustos en común.

Un flechazo (des)organizadoWhere stories live. Discover now