04

7.7K 787 58
                                    

Merlina.

Cuando mi reloj marca las doce, termino de arreglarme. Termino de pintar mis labios de un color borgoña, delineo mis ojos y me aplico una base suave. Luego busco mis tacones negros por debajo de la cama, me los calzo e intento no tropezarme mientras corro por la habitación buscando la chaqueta negra de cuero que tanto me gusta. ¡No la encuentro por ningún lado!

—¡Mamáaaa! —grito, asomándome por la puerta—. ¿Viste mi campera de cuero?

—¡La tiene tu hermano! —responde en otro grito desde la cocina.

¿Qué sería de mí sin mi mamá? Si no fuese por ella, yo habría perdido hasta mi cabeza. ¿Qué don tendrán las madres que saben dónde están las cosas perdidas de sus hijos o maridos? Quizás algún día lo descubra, debe ser un sexto sentido que sale después de tener un hijo.

Me dirijo a la habitación de Pepe e irrumpo en ella sin previo aviso. Debería aprender a tocar, un día entré así y lo vi con las manos en la masa. Casi me muero del asco. Por suerte ahora está sentado, con la espalda apoyada en tres almohadas, las piernas estiradas con su notebook sobre ellas y pilas de papeles a su alrededor. Es profesor de geografía, así que a veces trabaja en casa y otras tiene que ir a la escuela. Sus ojos negros me escudriñan de arriba abajo y hace una mueca, no le gusta cómo voy vestida, pero me da igual. Yo no le digo nada por estar solo con shorts de viñetas de comics.

—¡Pericles José! —exclamo poniendo mis brazos en jarra. Sí, mi pobre hermano tiene el nombre del otro hijo de los locos Adams, mis padres estaban obsesionados con esa serie. Su segundo nombre es José, por lo que le decimos Pepe para abreviar ambos nombres—. ¿Dónde dejaste mi abrigo hermoso de cuero?

—Te dije que no me digas Pericles, Merlina —contesta con tono irritado y luego señala una silla llena de ropa—. Debe estar por ahí.

Suspiro y rebusco entre la pila de prendas hasta que la encuentro.

—No toques más mis cosas. —Lo señalo con el índice con expresión amenazadora. Él se ríe con ironía—. Además es de mujer.

—Lo sé, pero pensé que era la mía. Me la puse sin pensarlo y mis alumnos se burlaron de mí todo el día de ayer —comenta, concentrado en la pantalla de su computadora. Contengo una carcajada—. ¿Y vos a dónde vas así vestida? —interroga en modo sobreprotector.

—A conquistar a un hombre. —Me encojo de hombros y me apoyo contra la pared. Arquea las cejas y vuelve a mirarme, un rulo cae sobre sus ojos y lo sopla para corrérselo.

—Hace frío —comenta.

—Algo, pero llevo abrigo —respondo. Bufa, no va a poder convencerme.

—¡Pero tus piernas están desnudas! ¡Y tenés esa remera transparente...! Se te ve todo, Merlina.

—Escuchame, Pepito, voy a salir como se me dé la reverenda gana. Además, esto que se me nota debajo de la camiseta no es el corpiño, es un top.

Le saco la lengua y salgo de su pieza sin darle la oportunidad de responder. Bajo las escaleras mientras me coloco la campera y voy a la cocina para saludar a mamá, que está picando una verdura a la vez que mira un tutorial de YouTube.

—¿No te vas a quedar a comer? —pregunta con preocupación, arrugando la frente.

—No, ma. Me voy a almorzar con el cliente, tenemos que seguir organizando el evento.

Asiente lentamente con la cabeza y la abrazo mientras susurro que la quiero.

En el camino hacia la salida agarro mi preciada mochila rosa que sigue colgada en el perchero al lado de la puerta y salgo.

Un flechazo (des)organizadoWhere stories live. Discover now