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Emanuel.

—¿Qué somos? —le pregunto acariciando su espalda. Me mira sorprendida y encoge un hombro sin saber qué decir.

—¿Qué querés que seamos? —inquiere levantando su rostro de mi pecho para mirar mis ojos. Acaricio su mejilla y hago una mueca pensativa.

—¿A vos qué te gustaría ser? —interrogo. Se ríe y niega con la cabeza.

—¿Vamos a estarnos preguntando todo el día? —Asiento y vuelve a carcajear—. No sé, quiero ser alguien con quien te sientas cómodo y puedas ser vos mismo.

—Entonces simplemente sos mi Merlina —es lo único que logro decir. Me mira con sus labios apretados, conteniendo una sonrisa.

—¿Tu Merlina? —pregunta. Hago un sonido afirmativo y se arrastra hasta posicionarse sobre mí—. Entonces vos sos mi Emanuel.

—Por supuesto —contesto sin dejar de observar sus ojos. La atraigo para besarla con suavidad y, sin querer queriendo, la hago mía una vez más.

Apago el despertador con un gruñido. ¿Por qué suena a las seis de la mañana en mi día libre? Es injusto.

Bostezo y me incorporo con lentitud para no despertar a mi acompañante que está durmiendo plácidamente. Cómo no va a dormir así, después de tremenda noche movida que pasamos. Sonrío y la tapo un poco más, debe tener frío con su espalda desnuda al aire. Saco un mechón de pelo que está sobre su rostro y se lo acomodo detrás de la oreja con suavidad. Luego busco ropa y salgo de la habitación en puntitas de pie para no despertarla.

Me doy una ducha rápida y comienzo a preparar el desayuno para ambos. Tengo ganas de panqueques, así que me pongo a hacerlos. Luego caliento un poco de café y comienzo a servir. Un aclaramiento de garganta llama mi atención y me sorprendo al ver a Andrés.

—¿Qué haces levantado? —pregunto asombrado.

—Tengo que pasar a buscar a Merlina dentro de un rato. Voy a desayunar y me voy.

—No hace falta, ella está acá —contesto mirándolo con seriedad. Él esboza una sonrisa traviesa y viene hacia mí para abrazarme fuerte y darme un par de cachetadas amistosas.

—¡Ese es mi hermanito! —exclama victorioso. Le chisto para que no grite—. Bueno, pero esa chica me encanta para vos, para ser mi cuñada, para mamá de mis sobrinos...

—¡Alto ahí, loco! Ni se te ocurra pensar en eso, no somos nada todavía. Nos estamos conociendo recién.

Hace una mueca de incredulidad, pero no dice nada. Nos sentamos a comer el desayuno mientras hablamos de fútbol y de su casting con una banda del barrio. Luego se va a duchar, yo limpio y lavo las cosas usadas, y siento que Merlina se levanta y aparece detrás de mí. La miro y muero al notar que tiene puesta una remera mía.

—Buenos días —murmura sonrojándose.

La atraigo hacia mí y la beso con suavidad, apoyándola contra la encimera. Enseguida sus manos acarician mis hombros y yo rozo sus piernas desnudas con mis dedos, profundizando el beso. Estamos tan pegados que puedo sentir que no trae puesto su corpiño, y tengo que contenerme para no dirigirme a esa zona. Besarla me vuelve loco en un segundo, deseo su cuerpo con todas mis fuerzas, pero no es el momento.

Me alejo de a poco, dándole pequeños besos hasta que apoyo mi frente sobre la suya.

—Buenos días —susurro finalmente, sonriendo. Le robo un beso más—. ¿Desayunas? —cuestiono agarrando un par de tazas. Asiente con la cabeza y se aclara la voz.

Un flechazo (des)organizadoWhere stories live. Discover now