31

5K 601 102
                                    

Merlina.

Lo tengo ahí, comiendo de la palma de mi mano, pero yo estoy rendida a sus pies.

Cada beso que me da, cada caricia que me hace, me hacen tocar el cielo y provocan un revuelo de mariposas por absolutamente todo mi cuerpo, es como si volviese a tener quince años, como si fuese mi primera vez de todo.

Estoy en el sillón hablando con Keung, me está comentando que ya tiene todo listo para el sábado y eso me hace sentir muy tranquila. Andrés está a mi lado, hablando con Juana. Es una chica que me cayó muy bien y creo que siente algo por el cumpleañero, porque lo mira con mucho interés cada vez que habla. Emanuel está en la otra punta, tomando otra bebida que no llego a distinguir y hablando con algunos chicos. De vez en cuando me observa y yo le sostengo la mirada, como si fuese un juego de coqueteo sin palabras.

Los invitados comienzan a irse de a poco, vaciando cada vez más la sala y haciendo que los que vamos quedando nos reunamos para seguir charlando. Rosario me contó que es peluquera y que le encantaría teñirme el pelo de rosa, creo que para ese punto ya estaba borracha, porque ahora está durmiendo en medio de la alfombra.

—Mer —me llama Andrés—. ¿Te vas o te quedas?

—¿Qué hora es? —cuestiono.

—Las cuatro de la mañana.

Me pongo de pie de un salto y corro a buscar mi bolso.

—Le dije a mi mamá que iba a volver como a las tres, debe estar preocupada.

Saco el celular, pero no tengo ni un mensaje. Por las dudas, le aviso que se me fue el tiempo y que probablemente llegue más tarde.

—Yo te llevo si querés —comenta Emanuel detrás de mí, haciéndome saltar del susto.

—Ni se te ocurra, Ema, tomaste. No podés manejar —le advierte su hermano.

—Tenés razón. A pesar de que estoy bien, no puedo manejar con alcohol en sangre.

—No importa, me voy caminando —digo—. No es tan lejos...

—Ni loca vas a ir sola —me interrumpe Andrés—. ¿Por qué no te quedas a dormir? Se van a quedar algunos y vamos a hacer pijamada, unite a nosotros. Te puedo prestar ropa si querés dormir más cómoda.

Lo reconsidero por un instante antes de aceptar.

—Bueno, me quedo, pero intentaré irme lo más temprano posible a casa.

—Trato —dice el morocho sonriendo.

Me acerco a Emanuel y sonríe abrazándome por la cintura. Deposita un pequeño beso en mis labios y me derrito en sus brazos. ¿Por qué es tan perfecto?

—Organizadora desorganizadora —murmura—. Organiza fiestas, desorganiza corazones. Pusiste mi orden mental de cabeza, ¿cómo vuelvo a acomodar?

Esbozo una amplia sonrisa y me encojo de hombros.

—Quizás tenés que poner en orden tu cabeza y tu corazón a la misma vez. Por ejemplo, ¿qué querés ahora? Algo que tus dos órganos quieran por igual.

—Besarte —suelta sin pensarlo.

No lo sabe, pero cada vez que me dice eso mi corazón se acelera como loco. Me pongo en puntitas de pie para cumplir su deseo. Su boca tiene gusto a limón.

—Tomé Tequila —se explica—. Igual no estoy borracho, tengo aguante.

—Yo no tomé mucho, pero me siento en la etapa en la que el alcohol te da felicidad. Yo no tengo aguante.

Un flechazo (des)organizadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora