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Emanuel.

Los observo a ambos mientras entran al despacho. Primero mi hermano, con ese aire de egocéntrico y su expresión tan soberbia. Se sienta frente a mí, mirándome a los ojos con una mueca desafiante. Resoplo y espero a que Merlina se siente para empezar a hablar.

—Bien, necesito que firmen un contrato porque nuestro padre no va a querer que yo deje de trabajar con la señorita Ortiz —suelto sin titubear. La interpelada me mira con cara de incredulidad y noto que rueda los ojos, pero le hago caso omiso—. En dicho contrato, se expresa que yo renuncio a esta responsabilidad por falta de tiempo y que le cedo mi posición a Andrés. Vos tenés que firmar aceptando este lugar —agrego mirando a mi hermano—. Y usted, señorita Ortiz, tiene que firmar para dar constancia de que sabe sobre este cambio.

Wait... —dice Andrés en un inglés bien pronunciado—. ¿Estás diciendo que no tenés tiempo, pero tuviste tiempo para pensar en este contrato de porquería?

—No es un contrato de porquería —replico firmemente—. Es necesario, hay que dejar en claro los puntos de este cambio y hacerlo de manera legal. No podemos cambiar de posición así porque sí, esto es una empresa seria y hay que manejarse de ese modo, con seriedad.

—Sí, pero esto es entre nosotros, no hace falta firmar... —comienza a decir Andrés con tono molesto.

—¿Vos hacés conciertos sin firmar contratos? —interrogo.

—Sí —replica encogiéndose de hombros. Merlina arquea las cejas y lo mira con atención.

—¿Sí, qué?

—Yo no firmo contratos, los firma mi representante. —Me guiña un ojo y la chica suelta una tos fingida para tapar una carcajada.

—Que mal que hacés. Básicamente, al no leer el contrato, no hacés cumplir tus derechos. Si te pagan menos, no te podés quejar, porque no leíste el contrato. —Le guiño un ojo imitándolo y él asiente dándome la razón.

—Es cierto, hermanito. Además, vos estudiaste administración, debés saber eso...

Se queda en silencio, con sus ojos negros sobre mí, y me remuevo incómodo en el asiento. Él sabe que yo no fui jamás a estudiar, sabe lo de mi pasión por los aviones y creo que fue uno de los primeros en prometer que no le diría a nadie. Eso fue cuando aún nos llevábamos bien.

—Por supuesto que lo sé —contesto entre dientes—. En fin, por favor, firmen esto así me saco un peso de encima.

Merlina es la primera en agarrar la lapicera y firmar el contrato sin siquiera leerlo. Voy a tener que enseñarle varias cosas a esta chica... Y a mi hermano también. Son terribles ambos, quizás sean tal para cual.

No sé porqué me amargo al pensar en ellos dos juntos. Lo más probable es que sea porque Merlina me parece muy inocente y Andrés es todo lo contrario, y me incomoda que vaya a romperle el corazón.

—Hermanito —me llama él sacándome de mis pensamientos—. Lo que sí es que mañana no voy a poder acompañar a la señorita Ortiz a hacer su trabajo, te quiero preguntar si podemos hacer una excepción y la acompañas vos... —Al ver mi expresión molesta y mi silencio, hace puchero con los labios. Mis ojos pasan por el rostro de la muchacha, que se ve bastante aburrida—. ¿Por favor? Es la última vez.

—Está bien —respondo finalmente, chasqueando la lengua. Agarro el papel ya firmado, lo meto en una carpeta y lo guardo en el cajón del escritorio—. Otra cosa, traten de mantener esto de forma profesional, su romance puede hacer que la fiesta salga mal y...

—¿Nuestro romance? —inquiere Merlina atónita, mientras Andrés aprieta los labios conteniendo una sonrisa—. Ya le dije que nosotros no tenemos nada.

Un flechazo (des)organizadoWhere stories live. Discover now