17. Madrid

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Natalia condujo bajo la curiosa y atenta mirada de Alba, que no dejaba de observarla con sus grandes ojos pardos en busca de algo que le diese alguna pista sobre hacia dónde pretendía llevarla la morena. 

Ya había anochecido. La noche bañaba la capital bajo un manto oscuro y lunar que a la rubia se le antojó irresistible, siempre había adorado la noche.

Miró a su acompañante con recelo cuando, pasado un buen rato en silencio tan sólo acompañadas por la aguda voz de Billie, percibió cómo su asistenta tomaba un desvío directo a las afueras de la ciudad.

¿Dónde pretendía llevarla?

Por más intriga que tuviera, la cantante no abrió la boca para preguntar, sabía de sobra que la navarra no iba a facilitarle ningún tipo de información, tal y como había hecho las anteriores veces que la artista le había preguntado.

-¿Falta mucho?— preguntó un poco impaciente divisando las luces parpadeantes a lo lejos que cada vez iban empequeñeciendo más y más.

-No, deja de ser tan ansiosa— soltó una carcajada la otra.

Alba bufó, mirando aburrida por la ventana el lado oscuro de la carretera. De repente, Natalia giró el volante y redujo dos marchas para adentrarse en un camino de tierra y piedras que hacían tambalearse el coche a su paso.

-Ya casi estamos...— murmuró para sí misma la morena divisando una explanada de tierra completamente desierta.

La rubia, a medida que se iban acercando e iba descubriendo aquel maravilloso lugar, se pegaba al cristal en busca de una proximidad mayor. Las millones de luces que se distinguían en la lejanía se reflectaban en sus enormes ojos, propiciándole un brillo que a la pelinegra se le antojó hermoso.

Más aún cuando la sonrisa de la pequeña alumbró el habitáculo del coche.

-¡¿Nat, eso es Madrid?!— cuestionó ilusionada, brincando sobre el asiento del copiloto como una niña pequeña en la mañana de reyes.

La otra, intentando ocultar la sonrisa que luchaba por emerger de sus labios, paró el motor del coche tras colocarlo a una distancia prudente del filo de aquella pequeña montaña y la miró completamente embelesada por la luz que aquel ser emanaba.

-Sí es— le dijo con voz suave.

-¡Pero es súper bonito!— se soltó el cinturón y abrió la puerta para salir a admirar mejor aquellas vistas.

Se aproximó lo más que pudo al filo del descampado y admiró la capital con ojos despiertos, embelesada por la imagen tan hermosa que estaba recibiendo.

La gran ciudad se divisaba a una distancia prudentemente lejana, bañada de las millones de luces que pertenecían a la enorme metrópolis, propiciándole un aura pulcra y de majestuosidad que conseguía atrapar a cualquiera que se detuviera a admirarla.

-Muchas gracias por enseñarme este lugar tan bonito, Nat— susurró cuando sintió la presencia de la pamplonica a su lado, atreviéndose a agarrarle la mano bajo el abrazo de la noche oscura. La morena pensó en apartarla, pero finalmente desistió de la idea.

Natalia había apagado la luz del coche, por lo que ahora las vistas de la capital se antojaban más hermosas e íntimas.

-No ha sido nada— respondió la otra con algo de timidez, gesto que sorprendió a la alicantina, mas no se pronunció por ello—, pero no te he traído aquí precisamente para admirar las vistas— sentenció recuperando su tono arrogante. Dio un tirón de la mano de Alba que terminó por arrastrarla hasta sus brazos, acto seguido la abrazó por la cintura y bajó las manos hasta su trasero, apretando el cuerpo de la rubia contra el suyo mismo—. Vamos al coche— susurró contra su cuello, paseando los labios por aquella zona tan débil pero sin llegar a tocarla.

The Hate U Give || AlbaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora