20. Niña de los ojos tristes

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"Chile, esta noche me quedo con Carlos, llego mañana a la tarde".

Aquel mensaje de Julia interrumpió la tranquilidad de su arrebato artístico. Llevaba más de tres horas en su cuarto, plasmando en el lienzo todas las emociones que había encerrado bajo llave durante aquellas semanas.

Suspiró admirando la pantalla de su móvil más tiempo del necesario, como si por ello el mensaje que de verdad estaba deseando recibir fuese a aparecer entre sus conversaciones.

Terminó por responder a su amiga y lanzó el dispositivo hacia el colchón de su cama con rabia. De la misma manera se arrancó la bata de pintar y también la arrojó contra la cama.

-Pero seré gilipollas...— masculló con rabia.

El motivo de su cólera era, como no, la navarra.

Desde aquella discusión en su primer concierto ninguna había hecho por contactar con la otra. Alba respetaba su orgullo, ella mantenía su postura y no llegaba a entender la de Natalia, por ello de ninguna manera pensaba dar su brazo a torcer.

A pesar de que se había descubierto numerosas veces echándola de menos.

Por otro lado, no había abordado el tema con nadie, ni si quiera con su compañera de piso, a pesar de que había intentado miles de veces hacerla hablar. La castaña, cansada, había tirado la toalla.

Era sábado, por el grupo que compartía con los amigos de su asistenta habían quedado para salir. No obstante, ni ella ni la otra se habían pronunciado. No sabía si la pelinegra se apuntaría, pero aún así ella no pensaba hacerlo.

No tenía ánimos de nada. Aquellas dos semanas había mantenido un humor de mierda, saltaba con nada, pero por suerte no había podido darle demasiadas vueltas al tema y se había encerrado en su trabajo.

-Ven aquí, cariño— llamó a su gata antes de tomarla en brazos y besarla con cariño. La felina se restregó ronroneando contra la mejilla de Alba.

Como no tenía demasiadas ganas de preparar la cena, decidió darse un capricho que ya hacía bastante tiempo que no se permitía. Llamó al Telepizza y encargó una de cuatro quesos sin lactosa.

Aún con su pequeña entre los brazos, se internó en el cuarto de baño y decidió darse un relajante baño de espuma. No le preocupaba tardar, pues el chico le había dejado caer que no tardaría menos de una hora en llevarle su cena.

Se dejó llevar por la lírica de Coldplay. Su gata la acompañaba aburrida en el húmedo suelo de la estancia a la vez que ella se sumergía en la vorágine de pensamientos que llevaba atormentándola todo ese tiempo.

Sin embargo, no duró demasiado, no se permitió martirizarse más y se dispuso a teorizar sobre lo que pasaría en los próximos capítulos de la serie que estaba viendo junto a Julia. Cualquier cosa era mejor que estar dándole vueltas a lo otro.

Al salir del agua, se enfundó en su albornoz y, antes de colocarse el pijama, se secó el pelo.

Pero justo cuando se disponía a matar tiempo en Twitter para ver que comentaban sus fans, el timbre del portal la interceptó.

Se levantó del sofá y sin si quiera coger el teléfono, pulsó el botón que daba acceso a su edificio. Esperó pacientemente a que el muchacho de la pizza tocara en su puerta. La tripa ya le rugía, tenía un hambre voraz.

Sonó el timbre y, poseída por un entusiasmo producto de sus ganas de comer pizza, abrió la puerta.

Y no se encontró con el repartidor.

Aquel septum dorado colgando de esa nariz respingona, aquellos tatuajes imponentes, su metro ochenta, su espeso cabello negro, sus ojos oscuros... más tristes que nunca impactaron en las retinas de la rubia como un mazazo en toda la espalda.

The Hate U Give || AlbaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora