32. El principio de su fin

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Tras separarse del abrazo y secar las lágrimas gruesas que habían estado bañando su rostro, Natalia se giró en busca de la chica que había sido su pilar más fundamental en su vida últimamente. Sin embargo, se encontró a la nada.

Frunció el ceño extrañada. ¿Dónde se había metido?

Alba había decidido salir al exterior para darle algo de privacidad a la familia. Había sacado su paquete de tabaco de la riñonera y se había encendido otro cigarrillo para fumárselo sentada en la acera de aquella calle.

En cuanto sintió la presencia de la navarra detrás suya, se giró con una sonrisa para observarla desde abajo, hasta que la otra se agachó poniéndose en cuclillas, quedando a la altura de la pequeña.

-¿Por qué te has venido aquí?— le sonrió con ternura antes de dejar un pequeño beso sobre una de sus mejillas que la famosa disfrutó cerrando sus ojitos.

Le encantaban esas muestras de afecto. Si se paraba a pensarlo, Natalia había cambiado muchísimo en esos últimos días. No pudo evitar pensar en la famosa frase "la gente no cambia, sólo deja de fingir" y no pudo estar más de acuerdo. La Natalia de antes la sentía ahora tan lejana como un espejismo en mitad del tortuoso calor del desierto, porque había sido eso, un espejismo. Un espejismo ilusorio producto del dolor que le habían causado.

Pero ahora que había podido deshacerse de todas las capas que la cubrían, pudo llegar hasta la verdadera Natalia, esa que tenía en frente en ese mismo momento, sonriéndole con el amor más sincero que jamás le habían profesado.

-¿Es que te has rajado y ahora tienes miedo de conocer a los suegros?— bromeó sin borrar la sonrisa de su rostro, interrumpiendo los pensamientos de Alba.

La alicantina le sonrió con burla antes de levantarse y estirar una mano hacia abajo, tendiéndosela.

-La cobarde aquí eres tú, Lacunza— continuó mofándose.

La otra, ignorando su mano y fingiendo enfado, se irguió recuperando su gran estatura, por lo que la ilicitana tuvo que alzar la mirada. Le dedicó una sonrisa chulesca que consiguió que la más baja se mordiera el labio admirándola con deseo.

-No hablemos de cobardía, eh— alzó las cejas en su dirección, aludiendo al episodio que vivieron el otro día en el que, tras ver una película de terror, Natalia tuvo que quedarse a pasar la noche con la cantante porque no podía dormir sola del miedo.

Que ella no se quejaba, pero en fin.

-¡Eso es caso a parte!— se defendió comenzando a seguirla al interior de la casa. La pamplonica le rodeó los hombros con un brazo y la pegó más a ella, depositando un suave beso sobre la coronilla de la rubia.

-Tira, pequeña gallina— le indicó para dejarla pasar primero al interior de la casa.

Al volver a estar dentro, Alba notó el cambio en el ambiente. Los padres y los hermanos de su novia se notaban mucho más felices, la tensión había disminuido y se palpaba la armonía y la felicidad que irradiaba la pelinegra.

No pudo alegrarse más por ella, porque cada paso que ella daba, también le hacía ganar.

-Papi, mami— llamó la atención de ambos, la rubia sólo pudo recrearse en esos cariñosos apelativos que consiguieron derretirla de ternura—, supongo que ya lo sabréis, pero ella es Alba y... bueno— se rascó la nuca nerviosa, mirando al suelo— es... es mi novia— murmuró con vergüenza pero lo suficientemente alto como para que todos los presentes se enterasen.

A la pareja no le pasó desapercibida la reacción de Elena, que alzó el puño en el aire haciendo una mueca divertida. Por este gesto se ganó una colleja de Santi, que la miró con desaprobación.

The Hate U Give || AlbaliaWhere stories live. Discover now