31. Indulto

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A principios de diciembre, tras infinidad de llamadas ignoradas de los padres de la navarra y aprovechando que la cantante disponía de varios días de libertad, Alba apremió a Natalia para que por fin se atreviera a encarar su pasado y pisara su ciudad natal.

Fue a Santi a quien le cogió el teléfono finalmente, al igual que también fue él quien insistió en que fuera a visitarlos. El chico siempre se había mantenido al margen al respecto, pero al ver a su hermana tan cambiada se atrevió y se arriesgó a intentar convencerla de ello.

Y terminó por conseguirlo.

Entonces, de camino a Pamplona en un tren casi lleno, Natalia no dejaba de mover su pierna frenéticamente y movía sus ojos de un lado a otro, sin ser capaz de concentrarlos en algún punto. La rubia leyó el terror en sus ojos por lo que dejó un leve apretón en su mano.

-Nat, estate quieta— la calmó posándola ahora en el muslo de la morena, que no dejaba de moverse con evidente ansiedad.

-No puedo, Albi— confesó atemorizada—. Me van a reconocer y van a mirarme mal y... y... y...— se llevó la mano del tatuaje al septum y comenzó a girárselo con histeria, llegando al punto de preocupar a su chica por si se iba a hacer daño.

Alba estiró su pequeña mano para apartarle la suya, pero no la retiró, prosiguió a mover sus dedos de forma que le acariciaba con suavidad el dorso de la misma. Con ello atrapó su atención, por lo que terminó por dedicarle una sonrisa reconfortante.

-Si eso pasa yo estaré ahí para ti, cariño— le mantuvo la mirada—. Además, estoy segura de que nada será como estás pensando— se inclinó para dejar un beso en su sien y le acarició el pelo azabache con ternura.

Natalia cerró los ojos y dejó caer su cabeza sobre el hombro de su novia.

-¿Qué he hecho para merecerte?— murmuró tras besar su hombro todavía con los ojos cerrados.

-Eso mismo podría preguntarme yo— contraatacó la otra de la misma forma.

El viaje en tren no duró mucho más. Ambas abandonaron el vagón y caminaron en busca de Santi, quien había quedado en recogerlas en la misma estación. El chico se encontraba entre el gentío, esforzándose en buscarlas por sobre las demás personas.

Alba fue la primera en divisarlo. Ella no se dio cuenta, pero la razón por la que la más alta no se había percatado de la presencia de su hermano había sido por encontrarse cual penca admirando el perfil de su chica.

Y a pesar de que la alicantina le había avisado de ello, la pelinegra seguía inmersa en sus pensamientos sobre lo perfecta que le parecía aquella mujer, siendo guiada por su mano hasta encontrarse con Santi, quien sí notó lo que estaba pasando y no dudó en picarla.

-Tierra llamando a Natalia, ¿estás ahí?— chasqueó los dedos un par de veces captando la atención de la morena, que sonrió avergonzada— Hostia, espera, tienes algo... aquí— se acercó a ella y le pasó el pulgar por el mentón—, tenías toda la baba pegada a la barbilla, hermanita— se carcajeó dejándola en evidencia delante de su novia.

A la navarra se le subió el rojo a la cara, pero de furia.

-Ven aquí, pedazo de gilipollas— murmuró yendo detrás del muchacho, que reía divertido por la reacción de su hermana mientras escapaba de ella.

La rubia no pudo hacer otra cosa que reírse de la escena y pensar que iba a conocer otra faceta más en la vida de su novia: su relación con sus hermanos.

Al salir de la estación, la morena no dejaba de mirar a su alrededor, en busca de miradas que se posaban sobre ella, miradas que brillaban por su ausencia. Natalia no quería bajar la guardia, pero le resultó bastante extraño que su llegada fuese tan diferente a su despedida.

The Hate U Give || AlbaliaWhere stories live. Discover now