Capítulo 4

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Atended todos, atended lo que os vengo a contar.

Y dicen, dicen...
Que hay un mundo allí fuera, lleno de dulces y galletas.
Y dicen, dicen...
Que en ese mundo, ¡podré comer tanto como quiera!
Y dicen, dicen...
Árboles de caramelo, techo de galletas, ladrillos de chocolate adornan las casas...
Calabazas dulces y puré de batata también.
Galletas de jengibre en vez de velas, ¡hmmm que manjar!
Y dicen, dicen...
Que las manzanas de caramelo son del tamaño de mi cabeza.
Dulces de todos los colores adornan el suelo...

Y dicen, dicen...
¡Que esa tierra soñada, está más allá del mar!
En donde los Dioses duermen y la tierra está en silencio...

Y dicen, dicen...
Que niña de morena piel custodia la entrada.
Vestido blanco y cabello ondulado.
Y cuando entras, un gran castillo te encuentras y en sus puertas hombres de jengibre te esperan.

Y allí, entre las ventanas de colores, yace el tesoro
Que custodia una bella reina.

Y dicen, dicen...
Que tiene el poder de convertir todo en chocolate...

¡Ojalá yo fuera un chocolate!
Pero cuidado, porque hay trampas de caramelo en sus suelos.

¡Encuentra el tesoro y tuyo será el reino...!

Niños cantaban y corrían alrededor de la plaza, descalzos jugando con palos y paja atada simulando crines imaginarias. Alegres eran sus risas mientras recitaban de memoria aquella canción que les cantaban desde la cuna mientras montaban en sus caballos. Mujeres de gran porte caminaban apresuradas sin tan siquiera mirarlos tomando fuertemente a sus niños perfectamente vestidos y con zapatos brillantes en sus pies. Miradas tristes y de envidia eran enviadas en todas las direcciones.

La noche iba cayendo y las farolas eran encendidas con perfectas velas, dejando la ciudad de un suave tono anaranjado. Las pequeñas tiendas y el olor a castaña asada inundaba el ambiente y las tabernas comenzaban a abrir sus puertas con su bullicio y jolgorio.

Los gritos de sus madres que ya habían levantado sus improvisados puestos en el centro de la plaza invadían el ambiente, algunos seguían jugando y riendo mientras otros corrían obedientes hacia ellas, y uno de ellos, chocó contra un cuerpo duro y grande. El niño miró hacia arriba, para encontrarse con un gran sujeto encapuchado, ojos verdes y fríos mirándole.

Sonriendo miró su atuendo, tocando con su mano la capa, curioso.

-Perdone usted señor...

Luego se encogió de hombros ante la falta de palabras y siguió su camino hacia su madre que ahora lo llamaba nerviosa por su nombre.

Khan, le gustaba perderse largas horas por lo ancho y largo de su reino. A veces, acudía al pueblo, a vigilar a su gente. Pero en el fondo, el hombre disfrutaba del bullicio que se formaba en las calles, la libertad y la paz que sentía, allí, siendo un simple caminante. Sus ropas oscuras y desgastadas lo hacían perderse entre la gente, podrían llegar a pensar que era alguien del castillo, mandado por el rey o sus hijos a por alguna cosa. O incluso algún forastero.

Las mujeres se apresuraban a hacer sus últimas compras para volver a casa mientras sus criadas volvían con los suyos en carretas que llevaban a los primitivos a las afueras en donde tenían sus casas. Pudo ver a una regordeta mujer guiar a varios pequeños, hacia su propia carreta custodiada por un burro flaco. Con cariño fue subiendo uno a uno hechando ella a andar, en sus caras se podían ver sus diferencias de especie, en sus ojos tristes la condena eterna a una vida de servidumbre saltaba a simple vista.

Imprimándome de tiWhere stories live. Discover now