Capítulo 7

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Inesset sonreía traviesa mientras caminaba hacia el claro del bosque antes del alba, sus pies tocando la hierba aún húmeda. Su sonrisa se amplió al ver, que un gran estanque se habría paso en el centro del claro chocando contra un pequeño desnivel. Agua cristalina cubría la superficie de pequeñas hojas y ramas caídas, el azul claro chocando contra las rocas chocolate del peñasco.

Hakon, le había prometido que no había criaturas dentro y estaría por los alrededores vigilando, mientras montaba guardia. No corría riesgo de ser vista ni nadie se acercaría a sabiendas de que esa zona aquella mañana era cuidada por él.

Admiró el lugar como un recién nacido admirada a su madre. El lago se extendía a lo largo de la orilla y del otro lado una cascada pequeña caía pura contra la superficie cristalina. A su alrededor los peñascos se extendían recubiertos de moho y pequeños arbustos, si alzaba su vista contra el tenue sol, podría ver como en lo alto, el bosque seguía extendiéndose perdiéndose en el horizonte como naturaleza salvaje. Custodiado por dos grandes y largas rocas, que Inés juraba que parecía la entrada a una fortaleza desconocida, se alzaba un bosque distinto, descuidado, salvaje, lejos de la mano del hombre.

Suspiró maravillada mientras deslizaba sus ropas rápidamente, gimiendo ante el roce de la tela áspera contra sus heridas aún abiertas.

Mornah le había pegado aquella noche luego de romper una vasija de miel en el sótano donde guardaban los alimentos. Casi con ferocidad y rabia contenida le había propinado cuatro latigazos ante la falta de lágrimas de la joven.

Dejó a un lado su vestido y un pequeño trapo para secarse y mirando a su alrededor caminó despacio hacia la orilla, sus pies jugando con las resbaladizas piedras de colores tierra de diferentes tonalidades. Sus pasos cada vez más adentro, caminando inconscientemente hacia la cascada que emitía notas en el aire, relajando su cuerpo.

Mornah ahora la mandaba salir del castillo con mucha más frecuencia que antes, a sabiendas de que podría ser un objetivo fácil para cualquier lobo, a recoger huevos o ir a las cosechas de los reyes junto a las demás. Sin embargo Inés siempre estaba siendo vigilada por su fiel amigo.

Miró hacia las profundidades, contemplando sus pies levantar polvillo con cada paso, trayendo a su mente recuerdos felices.

Pam y ella, jugando en la orilla del mar, ella aprendiendo a hornear por primera vez pan, los pequeños niños que había cuidado antes de venir al castillo. El esplendor del Gran Salón, las fiestas del pueblo y la canción que Hakon había cantado en la hoguera. Además de recuerdos junto al príncipe.

Inesset pasó sus manos por la superficie tranquila, arrastrando esos recuerdos lejos mientras sonreía nostálgica tarareando su inconfundible canción.

El sol, curioso se asomó en su esplendor e Inés dejó que su piel disfrutara de los pocos placeres que tenía; sonriendo, mirando al cielo, calentó su alma mientras a su alrededor, a escondidas, manos invisibles la rodeaban, limpiandóla, sanándola con su toque, como si fuese magia.

Se adentró más hasta que sus pequeños pechos quedaron cubiertos y frotó su cuerpo con sus manos, cerrando sus ojos.

En la lejanía, el príncipe de los lobos fue atrapado por los rayos brillantes y poco a poco abrió sus ojos perezosamente.

Su cuerpo dolía de mantenerse atado a la rama más alta, del más alto árbol del bosque. Gruñó en respuesta desatándose y colocando sus piernas alrededor de la gruesa rama, mientras apoyaba su espalda contra el tronco estirándose, admirando el imponente castillo que se alzaba lejos del bosque.

A menudo, casi siempre antes de la llegada de la luna, escalaba hasta aquel árbol sagrado, intentando rezar a los Dioses o simplemente para sentir su libertad, antes de que fuese arrebatada por el hechizo de su imprimación.

Imprimándome de tiDove le storie prendono vita. Scoprilo ora