Capítulo 24

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—¡No!

El oráculo corrió hacia la pareja, gritando mientras veía en su mente a a la joven caer inerte contra el suelo mientras el viento soplaba fuerte haciendo estremecer las ramas de los árboles y avivando las llamas. Algo andaba mal, casi podía presentirlo...

A ciegas pudo sentir sus almas abandonar sus cuerpos mientras pequeñas moléculas blancas flotaban alrededor de la pareja y de repente, una figura femenina, dorada brillando como sólo una Diosa lo haría se materializó tomando ambas almas para luego desaparecer en un gran brillo y una onda expansiva que derribó al anciano.

Al levantarse, el bosque estaba en completo silencio y no le hizo falta ver para saber, que sus cuerpos habían desaparecido.

El aullido lastimero de su lobo se lo confirmó, se habían llevado también al lobo.

Mientras tanto, muy lejos de allí, Anisa, hija de Kairosk Dios de los Cielos, y haciendo honor a su título de Diosa de los Milagros, depositaba ambos cuerpos sobre el sendero al pueblo, al lado de una inconsciente Kiana. Estaba orgullosa de haber conseguido que sus poderes fueran suficientemente fuertes para poder cargar con todos hasta allí. Su piel dorada brillaba como oro blanco en aquel mundo humano, bajo las grises nubes del atardecer. Con nerviosismo miró a ambos lados del camino temiendo ser vista. Luego juntó sus manos comenzando a murmurar:

Yo, Diosa de los Milagros, declaro este acto de amor digno de ser verdadero y que vuestro amor, se oiga en cada parte del mundo. Hágase mi voluntad, así en la tierra como en los cielos...

De su corona de plumas blancas y brillantes arrancó y colocó cada una sobre el pecho de ambos amantes. Aquellas plumas que pertenecían a los ángeles que custodiaban las puertas del cielo, curó sus heridas al instante, mientras devolvía el color a su piel haciéndola brillar de una manera extraña. La Diosa sonrió para percatarse de que la pequeña comenzaba a despertar.

Se giró tomando al lobo dormido en brazos, recitando una pequeña frase, revertiendo el hechizo que el Oráculo había puesto en aquel lobo salvaje hace tantos inviernos atrás.

Te concedo tu libertad para que veles por aquello que tu corazón más quiere... Sé bueno Cora...

Sonriendo risueña, cerró sus ojos, cambiando sus recuerdos, incluyendo al lobo salvaje en ellos, quién ahora había salvado a la pequeña de una muerte segura.

Para la caída del sol, la Diosa había desaparecido dejando detrás pequeños destellos dorados mientras una carreta se acercaba en la lejanía.

Príncipe, esclava y princesa yacían dormidos cubiertos de polvo y ceniza, nadie sabía que aquella noche sería crucial para la vida en el reino.

Khan suspiró mirando al cielo oscuro de la noche, mientras bajaba de la carreta en donde viajaban. Dos primitivos los habían encontrado inconscientes en el camino. Aún un poco aturdido, pequeños recuerdos iban a venían sin demasiado sentido, lo último que recordaba era una extraña luz blanca y demasiado calor, entre tinieblas podía ver al lobo negro arrastrar a su hija fuera de las llamas que se cernían sobre ellos, un lobo salvaje, había salvado a su hija.

Y aunque su primer instinto había sido matarlo, su hija se había interpuesto en su camino, gritando asustada.

Era imposible ocultarlo, ambos primitivos habían visto los largos cabellos grises de su hija sin embargo no habían dicho palabra alguna mientras los ayudaban a subir a la carreta. Habían mencionado que todo el pueblo lo buscaba y les habían provisto de sus propias mantas con las que Khan había mantenido calientes a ambas mujeres, escondiendo en parte los cabellos grises de su hija, haciendo una especie de capucha. Por ello no se sorprendió en cuanto al llegar al pueblo, casi toda la gente de su pueblo se hallaba reunida en la gran fuente, con antorchas y mapas junto a sus propios guerreros encabezados por Hakon y Kvel.

Imprimándome de tiWhere stories live. Discover now