Capítulo 12

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Inés junto sus piernas hasta que sus ingles dolieron, estaba sudorosa y en la suavidad de la pequeña nube esponjosa en la que dormía, se sentía atrapada. Con las sábanas enredadas en sus piernas, sus párpados cerrados se movían de un lado a otro, trayendo recuerdos borrosos a su mente de en sueño.

Olor a sudor y ojos terriblemente negros la perseguían.

Gimió asustada, retorciéndose como un pequeño animal herido.

El dolor era tan intenso, escocía tanto.

Despierta.

Inés arqueó su espalda en cuanto sintió la estocada tan vívida como la recordaba. Rompiendo sus entrañas, llenándola de algo, que ella no quería.

Era injusto.

Repugnante.

Asqueroso.

Sentía dolor e ira por igual.

Despierta.

Sus ojos se llenaron de lágrimas y su vientre se contrajo.

¡Despierta!

Y después de lo que parecía una vida, todo fue silencio.

Su cuerpo fue liberado y se sintió vacía.

Entonces el verdadero dolor comenzó.

Las lágrimas parecían no alcanzar para expresar su dolor.

Gritos.

Aullidos.

Pero estaba sola.

Tan dañada.

Posiblemente desgarrada.

Ella quería morir y su alma estaba lista para partir.

Ojos verdes inundaron sus pensamientos, filamentos de plata rodearon su cuerpo.

Hacía cosquillas contra su mejilla.

Se sentía cálido, fuerte y reconfortante.

Y después, todo fue dolor de nuevo.

Ardor corriendo por sus venas, lava cayendo por su garganta.

Inés sentía su cuerpo caliente, casi podía sentir como se reconstruía lo antes herido, lo dañado.

Intentando, calmar su dolor, su escozor, intentando quizás, devolverle la vida.

Y después, todo fue paz.

Para después, volver a empezar.

Mientras la pequeña mujer, se mecía en sus sueños, de sus ingles, líquido rojo caía, manchando las sábanas blancas, en algún lugar del reino abandonado de los gatos, se alzaba una impresionante luna menguante saliendo de entre las nubes, y maullidos, hacían eco en las cavernas.

Muy lejos de allí, en las profundidades del bosque, Lady Amariha, susurraba frases, rezando por aquel lobo blanco. Lo habían enterrado en tierra santa, tal y como la costumbre lobuna lo indicaba. La tierra santa comenzaba en donde se trazaba una fina línea entre el bosque prohibido y el bosque del reino, en donde decían la maldad del hombre, nunca llegaría.

Nadie en su sano juicio, pisaba la frontera prohibida, aquellas tierras pertenecían a Vatik. El oráculo que contaban las leyendas, había vendido su alma en el inframundo a cambio de la vida eterna. Decían, tenía poderes mágicos más allá de cualquier entendimiento humano pero se mantenía leal al rey de los lobos (quién al parecer había salvado su vida en el pasado). Siglo tras siglo sirviendo al reino, presagiando grandes cambios y ayudándolos en las duras batallas.

Imprimándome de tiWhere stories live. Discover now