Capítulo 15

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Su aliento, se mezclaba con la brisa fría de la noche, desprendiendo pequeñas nubes blancas a su alrededor. Su cabello enmarañado se enredaba en con pequeñas ramas de arbustos y árboles pequeños tirándola hacia atrás, su vestido limpio y nuevo, lucía manchado de barro en su larga cola roja, arrastrándolo por el suelo a gran velocidad por la rojiza noche.


Después de una aparatosa caída encima de grandes cantidades de paja, había conseguido seguir el rastro del bebé luego de que la princesa le gritase que fuese tras ellos mientras se desangraba en el suelo.

Todo había pasado tan rápido...

Sus pies manchados dejaban huellas pequeñas tras sus pasos, pero la lluvia fina que había empezado a caer, embarraba todo a su alrededor.

Sus ojos, escaneaban en la noche cualquier figura humana mientras levantaba ligeramente su cabeza, oliendo el aire, intentando seguir los pasos de la fugitiva.

Con sus manos tuvo que abrirse paso entre la maleza, llevaba varios minutos recorriendo las profundidades del bosque y a pesar del frío de la noche, por los nervios, su cuerpo estaba demasiado caliente e hiperventilado.

La luna roja, se alzaba grandiosa en el cielo ligeramente nublado por nubes color borgoña. El viento le traía gritos de dolor desde el castillo.

Cerró sus ojos, abriendo su mente y sus sentidos, moviendo los dedos de sus pies para sentir la tierra húmeda; los olores la azotaron, mezclados entre sí, se concentró intentando recordar nítidamente el olor a la cría del príncipe. Abrió sus ojos cuando el llanto de un bebé sonó a lo lejos, casi como una señal. Desesperada siguió la pista, apartando las ramas a su paso, corriendo y saltando, mientras la tela de su vestido se desgarraba y sus piernas se rasguñaban aunque ella parecía no sentirlo.

En su mente, solo estaba aquel bebé.


Khan contempló entumecido el horror que se presentaba en los alrededores al castillo, hombres y lobos estaban esparcidos por el lugar, muertos.

Media hora antes habían escuchado el bombo sonar en lo alto de la torre mientras hacía su vuelta habitual en una de las fronteras entre su reino y el reino vecino, dándole ánimos a sus pesados y fuertes guerreros.

Algo iba mal en el castillo, al pasar por el pueblo la gente estaba fuera de sus casas, contemplando en la lejanía el castillo que lucía completamente sumido en la oscuridad, en sus ojos el terror y la incertidumbre de no saber a qué se enfrentaban. En ese momento ya sabía que su hija, posiblemente ya no estuviera en el castillo.

Galopó veloz hacia donde sabía estaba la entrada secreta a los aposentos de su hija mientras los guerreros evaluaban el lugar, extrañamente silencioso.

—¡Amariha! —Rugió en cuanto vio a la rubia mujer sobre la tierra a varios metros del lugar.

Saltó del caballo y en dos zancadas, estaba levantando en sus brazos a una herida princesa, ella abrió sus ojos lastimosamente, demasiado pálida para estar viva pero aún tibia para estar muerta.

—In...Inés, ella...va tr...

La mujer tenía una puñalada en vientre del que no paraba de emanar sangre.

—¿Qué? ¡Amariha! ¡Háblame!

—La tienen ellos —lágrimas caían limpiando la suciedad de su cara mientras intentaba aferrarse a los segundos de vida—Khan...Ine...Ines....fue...a...buscarla...

Amariha se desmayó colgando en sus brazos como una muñeca de trapo.

Furioso y frío como el hielo, el hombre le tendió a su guerrero el cuerpo de la mujer, mirando hacia el bosque lúgubre.

—Necesita ayuda, busca a los curanderos del pueblo, y busca en los reinos vecinos si alguien puede ayudarnos, dile que serán recompensados, la línea que protege el reino no debe flaquear. Manda a los guerreros más débiles hacia aquí a inspeccionar el castillo y a Hakon a buscar a la reina y al rey, si están muertos, que nadie toque las tres campanas. Nadie debe saberlo hasta que yo vuelva.

—Sí mi señor.

Su guerrero ahora pálido ante la posibilidad de la muerte del rey, se llevó a la inerte mujer mientras gritaba sus órdenes. Él se dirigió al bosque, corriendo, sintiendo un mal presentimiento en su interior.

El aroma de su hija y el de Inesset era ya lejano, debían llevar una ventaja de quince minutos al menos, a medida que avanzaba el olor a sangre impregnado en algunas plantas y hiedras era más fuerte, además había pequeños trozos de tela colgando de los arbustos.

Se agachó tomando la tela impregnada de miedo y el olor característico de Inesset, miró hacia el frente en medio de la oscuridad. Su lobo interior rugió furioso, bajo la luz de la luna roja, su porte se volvía feroz y macizo.

Tenía que seguir buscando, no podía parar.

Mientras tanto a lo lejos alguien gritaba.

—¡Alto! —Inés gritó persiguiendo a la mujer encapuchada que llevaba consigo al bebé del príncipe varios metros por delante de ella.

La mujer se dirigió hacia la cascada en donde había estado lavándose y la miró un momento antes de comenzar a correr hacia un costado escalando los peñascos filosos hacia el bosque prohibido, Inés corrió hacia ella cuando dos grandes lobos se interpusieron en su camino tomando con sus fauces su vestido tirándola para atrás al duro suelo. Se veían furiosos, enseñándole sus dientes expulsando en su cara su aliento cálido y nauseabundo entre tanto daban vueltas a su alrededor.

Inés gimoteó mientras lejanos recuerdos venían a ella, haciéndola temblar.

Manos grandes tocándola y olor a suciedad.

Y de repente estaba de vuelta en aquella noche desastrosa, su pulso se aceleró y palmeando el suelo tomó una piedra grande, gritando mientras la impactaba contra la cabeza de uno de los animales.

El lobo gimió, cayendo por unos segundos al suelo pero la felina, aún envuelta en una nube de recuerdos, gateó hacia él tomando su pata y jalando de él hacia ella misma, asestándole un segundo golpe en su cabeza. El otro lobo se le acercó abriendo sus fauces, dispuesto a defender a su compañero; ojos dorados centellearon y de un movimiento de brazo, rasgando el vestido ajustado por la axila, la mujer lo golpeó con su brazo mandándolo lejos con un sonido lastimero.

Cuando el lobo dejó de resistirse la mujer despertó de su trance soltando la roca ensangrentada, girándose hacia el otro lobo para ver que había huido.

Sus piernas estaban en carne viva por culpa de arrastrarse sobre el suelo duro y rocoso, sin embargo no pareció notarlo, cubierta de barro y sangre siguió el camino que la mujer había dejado a su paso, respirando con dificultad.

Una vez estuvo lo suficientemente lejos, los matorrales que cubrían la zona crecieron, tapando la entrada, imposibilitando el camino hacia el bosque prohibido mientras en el lago, una cola de pez se sumergía de nuevo, dejando suaves ondas a su paso.

Imprimándome de tiWhere stories live. Discover now