Capítulo 25

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Inés miró hacia la ventana viendo amanecer con pequeños y tímidos rayos de sol. Suspiró intentando recordar todo lo que había pasado en la Luna Roja pero su mente tenía recuerdos confusos y mezclados. Sus recuerdos volaron a cuando fueron encontrados y un sonrojo azotó su cara y parte de su cuello.

El príncipe la había mirado fijamente un momento antes de tomar a su hija en brazos y dársela con sus ojos relampagueando. Luego rápidamente comenzo a ladrar órdenes mientras conseguía un carro que llevase a la princesa hacía el castillo olvidándolas por completo.

Inés se hallaba fascinada con la niña. Quién era tan bonita como una muñeca de porcelana. De largos cabellos ondulados y cabello gris suave, sus ojos verdes era grandes y vivos, con una candidez que su padre no poseía. Su piel era pálida haciendo un buen contraste con su cabello y su sonrisa podía iluminar hasta el rincón más oscuro e Inés tuvo la sensación de que así había sido.

El carro apareció casi al instante mientras Hakon la ayudaba a subir y con ella a la princesa, luego miró  al lobo sin saber muy bien que hacer con él pero el animal trepó  a su lado y se acomodó  en sus pies gruñendo a Hakon, casi retándolo a que lo moviese del lugar. La gente los miraba, e Inés  agachó su cabeza tapando su rostro con su pelo mientras la música comenzó a llenar el incómodo  silencio del alba.

Era costumbre que luego de la Luna Roja la gente tocara canciones alegres  para espantar a la muerte de los lugares. Y así partió rumbo al castillo entre gaitas y tambores, sin saber hasta que punto estaba su vida por cambiar.

Quizás ahora ya lo sabía.

Inés meneó su cabeza saliendo de su ensoñación, mientras se terminaba de preparar para bajar al gran salón. Su nueva rutina luego del funeral había comenzado.

Los aposentos de la princesa ahora eran ocupados al lado de la habitación de su padre, había grandes flores silvestres por todos lados. Los rumores se habían esparcido como polen en primavera y pronto no quedaba un lugar en la tierra que no supieran de la hija de la luna. Regalos habían llegado desde todas partes, todos fascinados y pidiendo pruebas de la existencia de la niña.

Kiana tenía casi cinco inviernos y era muy despierta para su corta edad. No hablaba demasiado pero la pequeña parecía estar todo el día de buen humor. Cuando por fin bajó a desayunar con su familia, mostró mucho interés por la servidumbre y parecía extrañada de verlos descalzos. Los paseos por los alrededores del castillo y los animales de granja eran su pasatiempo favorito. Ella siempre volvía con sus vestidos llenos de lodo y su cabello revuelto.

Con el pasar de las semanas, se dio cuenta que el lobo la seguía a cada paso, y era extraño lo cómoda que la pequeña se veía a su lado. El lobo sólo permitía que ella jugase y lo tocase, y a veces permitía que lo alimentase. Todos alrededor lucían un poco nerviosos cuando el animal aparecía pero siempre se mantenía alerta al lado de la niña.

Pero ni las paredes más altas podían ocultar la curiosidad de Kiana por sus tierras. Y a pesar de las quejas y discusiones de sus abuelos, el príncipe autorizó a su hija a ir al pueblo, junto con Hakon e Inesset y varios soldados.

Las primeras veces la gente parecía sorprendida de ver a la niña, paseaba de la mano de Inés y al lado del lobo tocando todo los que llamaba su atención mientras preguntaba cómo se llamaba cada cosa. Entonces se toparon con unos niños descalzos. Se veían sucios de estar trabajando la tierra. Hakon quiso apartarlos pero Kiana se acercó a ellos y les sonrió.

Los niños miraban las manzanas que un hombre vendía, rojas y bonitas, no tanto como la cosecha personal de los reyes. Pero apetecibles.

Inés sintió un tirón en su vestido. Miró a la niña y esta señaló las manzanas.

Imprimándome de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora