Capítulo 18

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Si tienes un problema,
a mí has de acudir.
Reyes y reinas
de todo el universo,
han venido a mí.
Cuál es tu problema,
tan solo dímelo.
Yo, puedo encontrar la solución.

Si Minerva no te quiere,
tan sólo dale un hechizo de amor,
y os auguro años de puro ardor.

Si a cambio, un lindo retoño es,
solo pídemelo.
A cambio yo pediré, una pequeña porción.
Tierra, campo, seda, joyas y oro también.
Ese es tu precio a pagar.

Si acaso tú quieres más,
tu alma has de dar.

La mujer tarareaba con voz ronca su melodía preferida. De la belleza de antaño, ya nada quedaba. Su piel escamosa poco a poco pasaba de un suave verdoso a una limpia piel blanca, arrugada, demostrando así la acelerada edad que se le escapaba de las manos. Sus rojos labios dibujaron una extraña sonrisa de puntiagudos dientes podridos.

Su cola desapareció mientras se levantaba apoyándose en sus dos pies de humana, caminando por la playa desierta, arrastrando un sucio vestido de cola larga y piedras preciosas corroídas.

Su pelo negro mojado, repleto de hilos plateados, caía por su cara demacrada dándole un aspecto sombrío. Su mirada entre verde y dorada, se enfocaba en la lejanía, en donde un hermoso castillo se alzaba en un peñasco sobresaliendo hacia el mar.

A sus espaldas, después del largo océano, la tierra de los lobos se perdía en el horizonte.

—Y si tú acaso quieres más, tu alma has de dar...

Sus dientes podridos dejaron escapar una sonora carcajada mientras sus huellas en la arena se iban borrando a su paso.

En el castillo, horas después, el atardecer llegaba a su fin, y la fortaleza se iluminaba, mientras los reyes bajaban las escaleras de piedra hacia la playa, en donde junto con el resto del pueblo, celebrarían el tradicional San Xoan, asando sardinas y cantando, para luego encender algunas velas y mandarlas en pequeños botes de madera hacia el mar, en honor a los Dioses y la Diosa Einnere, quién aquel año había bendecido su cosecha con abundancia.

Todos vestían de blanco y las mujeres cantaban con el acompañamiento de las guitarras de los hombres, sus cantos herejes recitados al cielo.

En una orilla, amparada por la sombra de los árboles, la intrusa miraba la celebración buscando con la mirada a alguien en especial.

Después de media hora, pudo verla aparecer junto con su madre, sonriendo pequeña y perfecta.

Irune, princesa del Reino de los Gatos Salvajes. Última en su especie yaguareté y gato montés.

Auguraban los Dioses que la joven niña, sería grande y traería prosperidad a su joven reino, ya que tenía la marca de Amerhian, y podría engendrar a cualquier animal en su vientre. Algo que no pasaba, por lo menos en 500 años.

La niña, se destacaba como luz, del resto de niñas y mujeres agruparas en el fuego. De corta edad, apenas una infante, de largos cabellos entre rojizos y marrones, ojos exóticos y morena piel, no había niña más bonita que ella en todos los reinos.

Codiciada, como una piedra preciosa en el desierto, las amenazas de muerte que se cernían sobre ella, no eran pocas. La consideraban maldita.

Otros muchos, querían hacerla su esposa, para bendecir así su reino con la Diosa Einnere, diosa de la abundancia, quién decían, se había aparecido en su bautizo.

Imprimándome de tiWhere stories live. Discover now