Capítulo 9

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Entre todos sus deberes reales como príncipe, Khan había conseguido hacer un hueco para observar a la esclava, cuyo nombre ahora sabía. La sangre caliente y dulce de ella, mezclada con la suya, tenía un extraño poder sobre él. Fascinado, la miraba cada vez con más esmero, memorizando en su mente sus movimientos lentos y pausados, nerviosos en otros momentos e incluso estaba dotada de gran fuerza aunque ella no parecía apreciarlo.

Había descubierto que no era muda y eso le había enfurecido, porque tampoco era sorda. Ella no le había dirigido la palabra, quizás por miedo o por estar estupefacta.

De cualquier manera, receloso la seguía para verla interactuar con todo lo que la rodeaba, le hablaba a los árboles, a los animales no cambiaformas y parecía caer bien a casi todos que vivían fuera del castillo, incluso su tan buen amigo Hakon había caído ante sus encantos. El maldito lobo-oso-pardo.

Sentía envidia de que su amigo pudiese hacerla reír, tocarla y abrazarla sin que ella temblase como una hoja de papel. A escondidas Hakon le daba cosas insignificantes como pan o hierbas medicinales, una vez le había regalado una piedra blanca, traída de montañas lejanas y sin embargo para la joven, agradecía esos regalos como si le estuvieran regalando la mejor de las piedras preciosas. El príncipe no lo comprendía pero la miraba hipnotizado siempre que podía.

Cuando no estaba espiando a la pequeña roja, se dedicaba a entrenar a sus guerreros, a reunirse en actos de protocolo con los sub-alfas junto a su padre, quién deseaba que su hijo se involucrara más con su pueblo y comenzará a tomar grandes decisiones. Khan, sabía que cada vez le quedaba menos tiempo en las batallas. Pronto su padre se querría dedicar a descansar pero el pueblo no aceptaría un rey solitario sin una esposa a la que venerar, lo verían como un ser vacío y sin bondad, ya demasiado tenía con lo que le había tocado. Desde luego debía comenzar a buscar a su pareja y rápido.

¿Pero dónde estaba ella?

La próxima luna no sería hasta dentro de tres meses y desde luego Khan no tenía tres meses.

Los siguientes días pasaron lentos y extrañamente tranquilos, como la brisa fresca antes de la gran tormenta.

Y la tormenta no tardó en llegar.

Gritos, gritos de las lavanderas asustadas y gran alboroto hizo a Khan girarse mientras observaba segundos antes luchar entre sí a sus guerreros. Provenían de los bosques pegados al castillo, en donde se ocultaba la cosecha real de los reyes. Esclavas venían corriendo con cestas en sus manos y la ropa mojada.

Khan rápidamente formó a sus hombres mientras comenzaba a correr hacia ellas.

Aullidos de lobos en la lejanía, heló la sangre de Khan y gritando, corrió hacia el bosque, adentrándose en él. Dando órdenes a sus guerreros de dispersarse comenzaron a peinar la zona. El olor a sangre derramada hacía picar su nariz, a lo lejos aún podía escuchar los gritos de sus esclavas corriendo hacia las puertas. En su mente intentó ver si la pequeña roja había salido de los bosques pero no la había visto entrar tampoco.

La brisa le trajo su esencia, chocando lentamente contra su cara. Su lobo comenzó a gruñir y sintió el calor de su cuerpo, apenas dándole tiempo. Con un aullido sus ropas se desgarraron mientras saltaba en su pelaje animal. Estirando sus patas y palpando la tierra, el lobo comenzó a olfatear el sendero de esencia que sus pies habían dejado con su boca entre abierta, furioso.

La sangre no tardó en aparecer haciendo contraste con la tierra seca, asustado el lobo apuró su paso, chocando entre los árboles, pensando que quizás se la habían llevado. Su corazón se detuvo cuando en la lejanía, un cuerpo inerte descansaba junto a un gran cesto que estaba tirado. Sintió hervir su sangre de la más pura y perfecta rabia pero al acercarse pudo ver que no era ella. Era otra esclava.

Imprimándome de tiWhere stories live. Discover now