Capítulo dos: Empezar de nuevo.

53 11 3
                                    

Todo el mundo entendió que me tomase un tiempo para mí, para no ser más que un cuerpo moviéndose de manera mecánica, para dejarme caer en cada rincón a aceptar el golpe, a amoldarme al puño, al dolor, a sentirlo, a acostumbrarme a la pérdida. Ni se me recriminó el no querer tener ningún tipo de vínculo con nadie hasta que aprendiera a entender, a entenderme, a comprender los vacíos en el pecho, la sal de cada una de las lágrimas que había intentado retener tanto tiempo. Supongo que debería habérmelo visto venir. Es que aún sigo sin entenderlo. Ojalá pudiera haberlo hablado con ella. Ojalá pudiera, de verdad, haber sabido escucharla. Es que... ¡joder! Me lo estaba gritando en silencio. Y no supe escucharla. O no quise. O ninguna de las dos cosas. Yo qué sé.

Atendía en clase a duras penas, porque la que llevaba encima pesaba más. Comía porque tenía que hacerlo, me obligaba a mí misma a no seguir los pasos de Mar... May. No quería causar lo mismo que su ausencia había provocado en el mundo de los vivos. No tenía ninguna otra motivación para seguir existiendo. Ojalá la hubiera tenido, pero no, salvo el vacío que no quería dejar, porque yo estaba sufriendo por el suyo. Tampoco hubiera tenido valor. Al final de todo, siempre he sido una cobarde.

Me sentía, literalmente, derrotada. No había absolutamente nada en mi vida por lo que sintiese que merecía la pena existir. Me dolía hasta eso, ser, estar. Cada respiración me pesaba más que la anterior. Y yo sentía que, realmente, no había conocido a May. No la había conocido lo más mínimo porque siempre había sido ella la pendiente de mí. Dios, cómo he podido ser tan estúpida. Cómo ha podido ser tan egoísta para dejarnos así. Por qué... Por qué... Por qué... Tenía tantas preguntas sin respuesta, sin saber por dónde empezar a buscarlas. Estaba al borde de un precipicio de dudas, con ganas de sobra de lanzarme al vacío de esta locura que me estaba llevando a lo más profundo de una oscuridad que lo arropaba todo. Estaba entrando en desesperación porque no había noche que no soñase con ella y acabara entre sudores fríos y lágrimas amargas. Nunca había sentido tantísima nada en el pecho. Tenía mucha rabia contenida. Hacia ella, hacia mí, hacia sus padres... Por no haber podido evitar lo que, al parecer, estaba claro que iba a acabar pasando, por no decir nada, por no... Por no haberme dado cuenta. Por no haber visto que lo que necesitaba era ayuda.

Tuve la maravillosa idea de, pasado casi el mes de agonía y habiendo terminado el curso, buscar alguien que pudiera proporcionarme alguna razón de peso para no sentirme tan mal conmigo misma. Así llegué hasta Aitor, aquel amigo de May con el que llegué a tener en algún momento algún tipo de relación mientras seguíamos juntas. Quedamos el último viernes de junio, un poco a regañadientes porque según él, era remover una herida que no había tenido tiempo de cicatrizar como para andar con la tontería de encontrar un porqué.

— A ver, Ana... de verdad que no me importaría decirte las cosas, si las supiera. Pero cuando yo la conocí ya fumaba porros, ¿sabes? Yo no empecé con ella. Después todo se fue de madre y empezó a consumir muchas otras cosas y me cagué. Así que tampoco puedo decirte que tuviera una buena relación con ella en los últimos meses.

— ¿Nunca tuvisteis una conversación de cómo empezásteis? Vaya, creía que era algún tema típico de la gente que se droga —intenté que mi voz no sonara dura, aunque creo que lo conseguí a duras penas por la mueca que hizo mi acompañante.

— Mira, tía... El grupo era legal, no tomamos drogas fuertes. Son buenos tipos, nos apoyamos en todo. Fue ella la que empezó a alejarse poco a poco de nosotros. Al principio pensamos que era porque estaba saliendo contigo, pero que de vez en cuando se colase entre las fiestas y que al preguntar por ti diera esquivas me fue suficiente para darme cuenta de lo equivocado que estaba.

— No... ¿no os habló de mí?

— Claro que sí, miles de veces. Esa pava te quería. Pero no estaba bien, y al final siempre acabábamos cediendo porque fumada se transformaba. Era otra totalmente diferente, te lo juro —su mirada se perdió en algún punto del parque en el que estábamos después de dedicarme una sonrisa amarga.

Crónicas de un yo pasado, tú presente y nuestro futuro.Where stories live. Discover now