Capítulo dieciséis: Cielo.

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El sol me hace cerrar los ojos. Hace un calor infernal en pleno junio en el Mediterráneo. Puta humedad. Pero no pasa nada, qué va a pasar. Siento mis extremidades entumecidas por el rato que llevo tumbada en la toalla. A este paso probablemente me iba a quemar.

— Estás a tiempo de que te eche la crema —veo cómo Sky abre ligeramente un ojo para mirarme desafiante.

Ni que me hubiera escuchado los pensamientos. Espera... ¿Sky? ¿Estás aquí?

— ¿Qué te pasa? —pregunta, sentándose mejor en su silla, yo entrecierro los ojos, sin fiarme de que ella no esté danzando por mi cabeza.

Sky, responde, es tu momento. Espero. Sigo esperando.

— Bueno, pues nada. Te vas a quedar hecha una gamba —se recoloca en su asiento.

Pues a lo mejor no me escucha. O a lo mejor solo está fingiendo que no lo hace. A ver... ¿Y si digo alguna tontería? A lo mejor se ríe y se delata. Hm... ¡Lo tengo! Agárrate que va un chiste malísimo, es mi chiste estrella. Si tú a un perro le enseñas a dar la patita izquierda en lugar de la derecha... Espera, era así, ¿no? Sí, sí. Si a un perro le enseñas primero a dar la patita izquierda en lugar de la derecha... en vez de adiestrarlo... ¿lo estás azurdando? ¿No? ¿Nada? Jo, lo guay que hubiera sido que mi novia me leyera la mente... O a lo mejor es que es una actriz que te cagas. ¡Hostias! ¡Una novia actriz!

— Venga —me resigno, alargo las vocales. A veces me fastidia un poco que tenga la razón, pero me fastidia aún más cuando lo hace porque soy tan descuidada. Por lo menos ahora hay alguien que me cuida.

Noto sus manos, lisas y fuertes, acariciarme primero el omoplato derecho. Gruño del gusto al sentir la crema fresquita en mi piel a punto de cocción. Sus largos dedos surcan una y otra vez el ancho de mi espalda, regalándome una calma en los músculos que aprecio. Restriega lentamente sus palmas por mi columna vertebral, me está quitando de a poquitos la paciencia que he aprendido a conservar estos últimos ocho meses. Mi cuello es el último en recibir atención, poniéndome la piel de gallina y necesitando morderme el labio para recordarme que estamos en una playa, con gente alrededor y que aún no hemos hablado de nada ella y yo.

— Sky —dejo caer su nombre a regañadientes, teniendo que regañarla porque sé a conciencia que su intención está bastante alejada de simplemente ponerme algo de crema solar en el cuerpo.

— ¿Qué pasa? —la desidia en su voz me deja en un estado de obnubilación, la noto sonreír en mi cogote.

— Sabes perfectamente qué —muevo el cuello para dejarme masajear, pues no me ha soltado todavía.

— No estoy haciendo nada, ¿cuál es el problema? —me abraza por detrás para susurrar esto en mi oído, la muy sinvergüenza.

— Pues que ya hace suficiente calor aquí, Skyler.

— ¿Entonces no te toco?

— No es eso. Pero agradecería que no me tocaras... así.

— Así, ¿cómo? —me enfrento a mirarle a la cara, entrecierro los ojos, porque me pone nerviosita cuando se hace la tonta.

— ¿Necesitas que lo diga? ¿De verdad?

— Dilo —juega con su voz más seductora y yo ruedo los ojos.

— Como si me quisieras follar aquí mismo, Sky —grito en susurros, tampoco hace falta llamar la atención de nadie.

Ella abre mucho los ojos y trata de esconder una sonrisa. Será hija de la gran... La falsa inocencia que me transmiten sus pupilas me hace dar un resoplido. A ella se le escapa una carcajada aguda y llego a tiempo de ver cómo se le achinan los ojitos. Está tan guapa, así, a la luz del sol, tan feliz que no es capaz ni de ocultarlo. Resuda alegría por todos sus poros, y a mí el calor del pecho me abrasa más que la del astro sobre nuestras cabezas.

Crónicas de un yo pasado, tú presente y nuestro futuro.Where stories live. Discover now