Capítulo diecisiete: En algún lugar (2ª parte)

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Pocas horas después se ha hecho de noche. La luna, que parece que nunca se llena del todo, baña el lago como éste lo ha hecho con nosotras hasta hace unos minutos, desde alguna altura desconocida y por completo. Me deshago de mi comodidad para terminar de secarme con la toalla e ir recogiendo, para disgusto de Sky, que me mira con el labio inferior creándole un puchero del que tengo que apartar la mirada. Acepta su derrota dejando caer, a peso muerto, su cabeza hacia atrás.

—¿Ni siquiera un poquito más? —me pregunta, con la voz dañada por el gasto energético, menudos largos se ha acabado haciendo, parece un jodido pez.

—Nada nadita, tenemos que descansar que mañana será un día largo.

—¿No me vas a dar ni un respiro?

—¿A ti? A ti no te voy a dar ni agua. —Le enarco una ceja para que me replique, está deseando jugar, y yo aún más.

—Ah, ¿no? —Le niego con la cabeza—. Pues es gracioso, ¿sabes? —Curvo levemente mis labios, en señal de no entender—. Porque me has traído a un lago, digo.

Nos reímos, me doy una palmada en la frente, sabiendo que me está mirando. Al verlo, se ríe aún más, contagiándome de vuelta de esa felicidad tan suya. Se disipan las carcajadas cuando nuestras únicas acompañantes terminan de irse, deseándonos un buen viaje. Hemos hecho migas con un par de chicas en el ratito que nos hemos bañado. Parece que aquí todos vienen en busca de un buen recuerdo que incluye conocer a gente nueva, aunque no la vuelva a ver. A mí me parece un plan magnífico, si me preguntáis. No está la tensión extraña que hay por saber si hay compatibilidades, si vamos a ser amigos, si esto o si lo otro. Solo hay momentos de compartir y aprender de lo que otros quieran darte. Y se nota, y hace el ambiente más ligero. 

Abro la puerta de la caravana y el olor a madera nos recibe. Siento como si el aire me rodeara todo el cuerpo, tiñendo de ese aroma toda mi ropa, húmeda por ponérmela encima del bañador. Sky se tira en la cama, escondida en la esquina izquierda del fondo de nuestra casa portátil.

—¿Estás cansadita? —Después de dejar la bolsa en la pequeña mesita que reina en medio del pasillo, me tumbo junto a ella, con más suavidad de la que la ha caracterizado a ella. Me mira con los ojitos enmarcados en un brillo propio de la mismísima luna que nos alumbra por la pequeña ventana de nuestro cuartito—. ¿Quieres que nos vayamos a dormir?

Asiente lentamente, aleteando sus pestañas con una parsimonia que le quiebra todas las barreras a mi autoconciencia. Es el fiel reflejo del amor, lo veo en sus mejillas sonrojadas, marcadas de más debido a su palidez natural, en sus labios puntiagudos, en la curva marcada de su mandíbula, lo siento en el cansancio que me llega a través de su mirada, en la alegría que desprende intentando no cerrar los párpados y rendirse al sueño, me envuelve los poros con ese amor, puro e irracional, cuando llega a mis orificios nasales su perfume, difuminado, casi extinguido por el olor de la laguna. Se me pone la piel de gallina cuando su mano se pasea por mi cara, con lentitud. Lo siguiente que noto es cómo se mueve por el colchón hasta quedarse de lado frente a mí, sin dejar de acariciarme la mejilla, las cejas, el puente de mi nariz. Me tiembla el corazón en el pecho cuando abre instintivamente sus labios al bajar su mirada a los míos. Recorre su lengua por los suyos, quizá evitando caer ante la tentación que a mí me está empezando a abrasar en la boca. 

Se acerca un poquito más, hasta chocar su cadera con la mía, atrapando mi brazo derecho en su barriga. Noto el ir y venir del oxígeno saliendo y entrando de sus pulmones, en un ritmo acelerado. Me revuelvo para, con una agilidad impropia de los nervios que me están arrastrando a la pérdida del autocontrol, ponerme en la misma posición que mi rubia, permitiendo que nuestros estómagos se fundan, quizá por la cercanía, tal vez por el calor que emanan de ellos. Noto todos los centímetros de mi piel arder. Me pican todas las partes del cuerpo que Skyler no roza con el suyo. Un mechón de pelo castaño se cuela en mi visión, haciéndole bufar a mi acompañante para, acto seguido y sin darme tiempo a mí a apartarlo, cogerlo entre sus finos dedos y colocarlo en su lugar.

Crónicas de un yo pasado, tú presente y nuestro futuro.Where stories live. Discover now