Capítulo doce: Los ojicos piden calma.

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Los rayos de sol amenazan con despuntar a través de las ventanas de la habitación. No he podido dormir nada, así que me he quedado haciendo de todo y de nada durante las cuatro horas que llevo en pie. Por suerte, o por desgracia, según cómo se mire, en algo menos de media hora vendrán a despertar a Sky, que ha dormido plácidamente todo este tiempo.

Menos mal que le dieron somníferos, porque si yo he estado así, no me quiero ni imaginar cómo estaría ella...

Un leve movimiento, minutos más tarde, capta mi atención en algo que no es su rostro, por primera vez en todo ese lapsus del que no he sido para nada consciente. Piso por fin tierra, tan perdida como estaba en mi novena luna, entre tanto pensamiento que me sabe amargo sin una mano que me sostenga y me convenza de que todo va a ir lo bien que he estado predicando estas últimas semanas.

— ¿No se ha despertado aún la marmota? —Hunter, su mejor amiga aparece tras la puerta, seguida de los médicos que imagino que vendrán a hacer que, de no ser así, por fin abra los ojitos para explicarle cómo irá la operación, aunque sospecho que ella ya lo sabe aunque no se lo hubieran dicho. Yo niego con la cabeza y ella me sonríe, conciliadora.

La conocí una escasa semana antes de este presente incierto y ver cómo calmaba todas y cada una de las taquicardias que atacaban a mi rubia solo hizo que sus puentes se tendiesen en mi vera mucho antes de dejarla cruzar. Pero estuvo bien. Fue fácil. Como todo lo que tenía que ver con ese cielo que me había acostumbrado a personalizar, como si fuera mío, como si no fuera libre, como si yo no fuera yo y tuviese miedo, de nuevo, a una felicidad irreal.

Hay seis ojos que me observan, y yo solo puedo fijarme en el azúcar que gotea de la miel ambarina de unos en particular. Juraría que el puto sol ya no queda a mi espalda, que no tenía razón de ser la luz que irradia tanta combustión a miles de años luz. El puto mayor astro resplandeciente acaba de levantarse a metro y medio de mí y me enseña todos sus miedos en el cristal transparente que me devuelven la misma devoción.

—Hunter... ¿me la das? —desvía su atención de mí un segundo y veo a la tercera en discordia darle un papel para después salir por la puerta.

— ¿Y eso? —le pregunto cuando veo que su médico comienza a preparar la cama para llevársela en cuanto llegue el celador.

— Para ti. Pero prométeme que la leerás con la mente abierta.

— Más abierta que las piernas, peque —le guiño un ojo y consigo que se ría a duras penas, seguirá bajo los efectos de la droguita, mi pobre.

Y no me dejan decirle nada más, porque la veo alejarse cada vez más, sintiendo de nuevo todo el cuerpo temblarme ante la, aunque escasa, posibilidad de que sea la última vez que la vea entera.

Doy varios rodeos por la habitación con el papel en mis manos. Le doy vueltas, muchas vueltas, está casi arrugado por la insistencia en no abrirlo y descubrir que es su manera de decirme adiós, por si las moscas.

Me resigno. No quiero ni pensar en que ella lo haya pensado. Hay una probabilidad, eso está claro, tampoco podemos ignorarla... pero no se merecería un final inconcluso. Sky es de las que lo quieren todo, como si pudieran tenerlo. Es de las que no se conforman con un 99%, de las que lo absoluto les sabe a poco, de las que no tienen miedo, o si lo tienen no lo dejan ver. Y me doy cuenta de que la única vez que la he visto vulnerable ha sido antes de dejarse en manos ajenas que le prometen un futuro mejor.

Jodidos cánones impuestos. De no ser por vosotros no estaríamos aquí. Ni estaría debatiéndome en si leer las líneas que la chica que me ha robado la poca cordura que he conseguido hilar durante los últimos años me ha escrito para que quede constancia de que alguna vez lo pensó, sintió y necesitó contarme.

Crónicas de un yo pasado, tú presente y nuestro futuro.Where stories live. Discover now