IV. Huidas.

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1 de octubre de 2010

Su ternura me atacaba las entrañas con el grito desesperado del que sabe que no tiene razón. Se columpiaba entre tanta legaña toda esperanza de pensar siquiera en volver, aunque siempre quisiera. Revolvía con entereza cada uno de los poros del primer sentido que quedó en pie después de todas sus explosiones. Me lloraba, amena, entre las manos, tranquila y ajena al mundo que no existía más allá de sus barreras de cristal. La acidez de sus palabras creaba adicciones, con cuidado de no provocar ninguna sobredosis de sus maneras. Sigo sin la seguridad de convencerme de que después de ella hay más,

más luz, más caras de la luna, más sonidos a oscuras.

Pero quién me dice a mí que encontraré en otras pestañas, diferentes a las suyas, las mismas contradicciones que me hacían perder la puta locura de todas sus cuerdas. Bendito el miedo que me gestionaba a duras penas e hicieron temblor de las ganas que nunca sacié.

Porque siempre querré más.

Siempre querré quererla más.


17 de septiembre de 2011.

Pasó un año hasta que decidí estar lista para volver a salir de mis refugios. Había conocido las ganas de viajar, el ímpetu de la vida y la propia felicidad hecha persona. Ella era Adèle. Era fría, como París. Pero te sentías cálida entre las cuatro paredes de sus brazos. No pasaba un día en el que sus jardines no te saludasen, ni noche sin que sus calles gritasen amor. Era la envida del que dijera 'te quiero' y la inspiración que le faltaba a mis días sin sonreír. Era la mano que te sostenía en sus silencios, pero al mismo tiempo, resbalabas en los gorgoritos de sus erres que venían fundidos en su acento lluvioso. No pasó del verano. Y supongo que en el fondo las dos sabíamos que era mejor así.

Crónicas de un yo pasado, tú presente y nuestro futuro.Where stories live. Discover now