Capítulo cinco: La tormenta en calma.

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Pasar la noche en la cama de Paula, hablando con ella sobre todo lo que no nos habíamos dicho en un año resultó ser curioso. Más aún cuando, para dormir, me instó a enredarme a ella. Supongo que, de algún modo, sabía que calmaba todos mis miedos con su sola presencia, aunque mi mayor monstruo acabara llevando siendo siempre su nombre. Acunó mi llanto lo mejor que supo, atendió mis súplicas hasta bien entrada la mañana y se encargó de hacer saber a mi madre que estaba con ella. Me esperaría alguna charla al llegar a casa, pero allí, envuelta por el olor tan característico de la que siempre había considerado mi mejor amiga, me daba igual el resto del mundo.

- Ana -me despertó la mañana siguiente, lo más cálida que pudo.

- Un ratito más...

- Son casi las dos del mediodía, deberíamos hacer algo de provecho.

- Es verano, y mi provecho ahora es dormir -me aferré aún más a su abrazo, consciente de que iba a durar poco más.

- Venga, voy a preparar la comida, desperézate.

Y ahí estaba, de nuevo el frío polar de su ausencia, aunque esta vez, tan solo física. Me escandalicé al pensar que, por mucho que estuviera dos salas más allá, si no me despertaba para comprobar que era real, al abrir los ojos todo se desvanecería de nuevo y me encontraría en mi cama otro día más después de haber caído rendida por el cansancio de llorar. Llorar por dos pérdidas, a mi parecer, prácticamente irrevocables. Salté de la cama al recordarlo todo de golpe, corriendo hacia la cocina para ver que había comenzado a calentar agua en una olla. Estaba ahí, había sido real, y aquél pánico que me había recorrido las venas hacía unos segundos bajó por completo al sentir su calor a mi lado de nuevo.

- Tranquila, está todo bien, ya pasó -noté su mano acariciar el largo de mi espalda cuando se dio cuenta de mi respiración agitada, casi acompasada con el ritmo de mi corazón.

Solo eso le bastó para conseguir ralentizar mi mecanismo. Rompía todas las barreras de protección que me levantaba diariamente. Como si supiera exactamente qué camino elegir para resquebrajarme por dentro y hacer salir a la superficie la niña asustadiza, temblorosa y rota que había acabado siendo. Siempre había sido así, durante todos los segundos que mi cronómetro había marcado a su lado. Siempre había supuesto una ruptura de todos mis sentimientos, y me dejaba a su merced, a todos sus susurros, a sus paladeos, a ella. Era mi puta debilidad. Y yo era incapaz de no rendirme ante todas sus batallas.

- ¿Sabes? En el fondo tenía una ligera sospecha de lo de Marta -rompió el silencio que se había instaurado en el comedor al terminar de recoger los platos. Escuchar de nuevo su nombre me dolió tanto que tragar en seco nunca había sido tan difícil.

- May se encargó de dejarlo todo muy claro, al parecer -entrecerró sus ojos al verme nombrarla de aquella manera, pero asintió ligeramente y se quedó observándome.

- Solo sabía lo de las drogas, pero en fin... Alguien así solo acaba haciendo daño. Y viéndote ahora me doy cuenta de que no podía tener más razón -posó su mano sobre la mía, intentando transmitirme algo de calma con ese gesto, pero solo consiguió el efecto contrario. Sin embargo no lo exterioricé, estaba cansada, de huir, de perder, de discutir. Solo quería la paz que me transmitía cada vez que se dignaba a dedicarme una sonrisa.

- No quiero hablar de esto, Pau. Todavía no, por favor. No estoy emocionalmente preparada para ser objetiva con este tema y no quiero discutir más contigo.

- Lo entiendo, pero cuando lo seas, habla conmigo. Quiero poder ayudarte -con un rápido movimiento de cuello le dejé saber que siempre contaría con ella, al fin y al cabo, es lo que llevaba haciendo, directa o indirectamente, los últimos tres años, y no tenía motivos para cambiarlo ahora.

Crónicas de un yo pasado, tú presente y nuestro futuro.Where stories live. Discover now